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El alcireño que vino de Cuba

José Vivas Peris se embarcó hacia la Habana en 1895 para luchar en la guerra y subió descalzo a la Muntanyeta tras regresar a su tierra en 1956

Hace 20 años, en estas entregas semanales, nos referíamos al superviviente de la guerrade Filipinas José Escribá Bisquert. Tenía el empleo de cabo en la tercera compañía del primer batallón del segundo Regimiento de Infantería de Marina, en El Ferrol (La Coruña) hasta que formó parte de la expedición destinada a Filipinas. Partió del puerto de Cartagena en septiembre de 1896 y llegó al país asiático el 13 de octubre de aquel año. Pasó muchas calamidades en el enfrentamiento con los insurrectos tagalos, de los que fue prisionero dos años. Por fin el 11 de mayo de 1900 fue embarcado en el vapor correo de la Guardia Civil «Alicante» y permaneció en el Instituto Armado hasta 1925 en que se jubiló. Regresó a Alzira y residió en la calle Unión hasta su fallecimiento a los 74 años.

También en aquella época España tenía conflictos con los cubanos. El soldado alcireño José Vivas Peris, encuadrado en el primer batallón de la Primera Compañía de Infantería de Marina, embarcó en 1895, rumbo a Cuba, para tomar parte en las operaciones militares que se llevaban a cabo allí. Desembarcó en el puerto de La Habana el 12 de diciembre de aquel año.

En julio de 1955, con 81 años de edad, llegó Alzira. Aclaremos que Vivas, al término de la guerra en Cuba, como muchos españoles, decidió quedarse en Cuba. Regresó entusiasmado a España cruzando el océano con la idea de que su cuerpo descansase en la tierra que le vio nacer. Tuve la suerte de entrevistarle, ya que realizaba en esos días mis primeros pasos en Radio Alzira.

Entre sus respuestas, destacó: «El deseo de volver lo llevaba prendido en el alma desde hace muchos años. Los trabajos cotidianos del hogar me lo impedían. Un hecho luctuoso, ocurrido sobre la marcha de mi larga vida de sufrimientos, ha motivado, como designia de Dios, que esta obsesión pudiera ser realidad. En febrero último, después de una penosa enfermedad que arrastraba durante más de 25 años, dejó de existir en La Habana mi esposa, Candelaria Martínez Giménez, nativa de aquel país, descendiente de padres canarios. Deseo que he cumplido, teniendo la gran alegría de juntarme con la única hermana superviviente que dejé al marchar, cuando solamente contaba 10 años. Se llama Emilia Vivas Peris, domiciliada en la calle de la Sangre, 30». Probablemente sería la madre de José Donato Vivas, sastre, que residió en dicha calle, su esposo era pintor, como el otro hermano del sastre.

José Vivas dejó en Cuba cinco hijos, todos casados, un varón y cuatro mujeres, once nietos y cinco bisnietos. Terminada la guerra en aquel país, halló trabajo en un taller de carpintería en la propia capital, donde a los pocos meses se estableció por su cuenta. Trabajó hasta los últimos meses de su permanencia en el Caribe.

Durante 30 años estuvo sin noticias de su familia en España, por haber fallecido sus padres, hasta que tres años antes de regresar a España escribió una carta a su hermana, a la misma dirección que poseía, recibiendo contestación con el natural alborozo. A despedirle en el puerto de La Habana, le acompañaron sus familiares. Cumpliendo la promesa que hizo al abandonar aquel país de adopción, al llegar a Alzira subió descalzo al santuario de la patrona, la Virgen de Lluch, por el camino del calvario del monte del Salvador. En la ermita asistió a la celebración de dos misas postrado de rodillas. La alegría que sentía por estar de nuevo entre los suyos fue extraordinaria.

Por todo ello, a los cuatro ancianos que un año más tarde, en 1956, subsistían el ayuntamiento de Alzira que presidía el alcalde Bernardo Andrés Bono, convocó un pleno extraordinario, para concederles una pensión vitalicia de 1.800 pesetas por ser excombatientes de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Cobraron con carácter retroactivo desde el mes de enero de 1956. El acto se celebró el 6 de mayo en el teatro Cervantes. Allí se les entregó un diploma y el importe de la pensión devengada.

Años después, en el salón de sesiones del ayuntamiento, el alcalde les impuso el escudo de oro de la ciudad, trasladándose a continuación al Gran Teatro, donde se dedicó a los supervivientes un homenaje. Ocuparon un palco de honor. Entre ellos se encontraba José Escribá, segundo por la izquerda, siendo el primero Aurelio Sanchis Hervás, padre de Joaquín Sanchis, locutor que fue de Radio Alzira desde su fundación.

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