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Arranca más de 500 caquis en Albalat al negarse a que el comercio imponga el precio

La venta a 0,18 ? después de que helara en otras zonas le generó unas pérdidas de siete céntimos por kilo - «No quiero estar en manos de nadie»

Arranca más de 500 caquis en Albalat al negarse a que el comercio imponga el precio

No es una práctica generalizada, pero tampoco el primero que decide cortar por lo sano. Un vecino de Albalat de la Ribera ha arrancado un campo de casi once hanegadas de caquis, cerca de 530 árboles en plena producción, tras no cubrir siquiera los gastos en la última campaña pero, sobre todo, por negarse a aceptar que un comercio imponga el precio sin tener en cuenta los costes de producción. Era su primera experiencia en el campo tras una trayectoria de casi treinta años vinculado a una empresa de exportación a Japón y Víctor Latorre no tiene ninguna intención de repetirla.

«La pérdida menor es la que se corta antes. Yo corto los árboles y se ha acabado. Igual el año que viene se puede ganar dinero con el caqui, pero no admito que el precio me lo imponga otro, no quiero estar en manos de nadie, no paso por ahí», relata este vecino de Albalat mientras señala que, de este modo, «mis pérdidas estarán limitadas al IBI, la comunidad de regantes y -en todo caso- un repaso anual con el rotovator para eliminar las malas hierbas». El balance del año anterior resultó totalmente deficitario. Se vio forzado a vender los caquis a 18 céntimos/kilo, lo que representa unas pérdidas de 7 céntimos/kilo. Y gracias. Podía haber sido peor.

Latorre asumió junto a su mujer la propiedad de este campo de caquis y, según explica, ambos decidieron mantener el cultivo. «No soy agricultor», aclara, y suplió la falta de conocimientos sobre esta fruta buscando el apoyo de personas con experiencia. «Los precios de venta del año anterior daban la esperanza de poder conseguir algún beneficio», recuerda.

A principios de diciembre, al ver que los precios oscilaban entre los 15 y 25 céntimos y que no tenía comprador -en la última campaña el precio se hundió por momentos-, decidió buscar por internet comercios a los que ofrecer el caqui. «Conseguí que alguno se interesara, pero sin concretar nada», señala. Justo al día siguiente, el desplome de las temperaturas provocó que se helaran los caquis en varios municipios de la Ribera y algunos comercios le devolvieron la llamada.

Un primer comprador se acercó al campo aunque al ver que la fruta había empezado a madurar descartó la compra ya que buscaba género para la exportación. Un segundo le preguntó por teléfono cuantos tratamientos había realizado para retrasar la maduración del caqui y, al indicarle que sólo uno, abandonó cualquier interés. Buscaba fruta para el tramo final de la campaña. Al final, «por medio de un amigo», subraya, contactó con otro comerciante al que ofreció que pusiera las condiciones que quisiera para llevarse la fruta. «Si no me los cogían maduraban y lo perdía todo, se los iba a vender al que precio que los quisiera pagar», señala. Cerró un acuerdo, el 11 de diciembre se recolectó la fruta «bastante bien en comparación con otros campos donde vi que tiraban al suelo el 40 o 50 % y el 20 de diciembre me pagó los caquis a 18 céntimos».

Víctor Latorre señala que la campaña repuntó al final gracias a la helada -con menos fruta, mejor precio-, pero no entiende cómo antes de llegar al mercado los caquis las ofertas de compra en el campo se sitúan entre 17 y 20 céntimos. «En ese momento decidí que no iba a producir ningún bien perecedero cuyo precio me lo impone otro y opté por arrancar los árboles (...) Me da igual si 'el año que viene', la palabra preferida en el campo, van a 20, 30, 40, 50 o 60 céntimos, si Rusia compra o si hace calor, frío o hay pedrisco. Si puedo, nadie va a hacer negocio a mi costa», concluye.

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