Durante generaciones, el repique de las campanas de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora ha marcado la vida diaria de los vecinos de Carcaixent. A falta de relojes, indican desde las 08,00 la entrada al trabajo; a mediodía, el ángelus y la hora de hacer la comida; y al atardecer, el toque de oración y el momento de la cena. Su rutina habitual se entremezcla con su repiqueteo alegre donde se avisa de un bautizo o una boda, y sus toques lentos y espaciados, con motivo de la muerte de algún conocido. Tampoco faltan las llamadas a misa, las horas y los cuartos. Todo ello hasta las 22,00 de la noche. Un sonido tradicional que se ha convertido en un incómodo estruendo para Ángela Simón, una joven de 38 años que vive en la calle trasera y padece a diario el tañido proveniente de la iglesia. «Es insufrible e inviable vivir con más de 1.086 campanadas diarias. Emocionalmente, me están afectando mucho creando un nerviosismo constante por no poder descansar en mis horas no laborales. Mi intención no es eliminarlas, pues respeto su carácter simbólico, pero creo que los excesos deben regularse. No se trata de ninguna iniciativa anticlerical sino de una cuestión de contaminación acústica y sentido común. Su repetitiva incidencia constituye un molesto e innecesario ruido», aseguró.

Precedentes y soluciones

El debate no es nuevo. Hace unos años, el toque nocturno se decidió suprimir tras las numerosas quejas recibidas y ahora, después de que el capellán añadiese la celebración de una eucaristía a las 09,00 horas, el tema ha vuelto a la palestra movilizando a defensores y detractores por doquier.

Para tratar de regular la situación, Ángela Simón propone una serie de cambios: «Se deben respetar los decibelios establecidos por la ley, podrían tocar las horas una sola vez, suprimir las repeticiones y también los cuartos, eliminar los toques religiosos del todo innecesarios y fuera de lugar y, por último, los toques a muertos no tendrían que exceder los dos minutos. Con estas modificaciones creo que nadie saldría perjudicado porque el exceso vibratorio que sufrimos a día de hoy vulnera nuestro derecho a la salud, a un medio ambiente adecuado y a la propia inviolabilidad del domicilio. Vivir en armonía es cuestión de un acuerdo en beneficio común para todos», explicó.

La afectada cuenta con grabaciones desde el propio comedor de su casa donde se escucha el repique a un alto volumen. «Hablé con el sacerdote pero se excusó en que los feligreses se le echarían encima. No quiero quedar mal con nadie, pero al final, escucharlo todos los días se hace muy pesado», denunció Simón.