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Alzira decora como nadie la Semana Santa

Los montajes escénicos de las cofradías sorprenden a miles de visitantes - El origen de esa representación artística se remonta al siglo XVIII

Alzira decora como nadie la Semana Santa

Más allá del elevado número de cofrades y pasos procesionales, por encima del reparto entre los espectadores de la más variada gama de caramelos y golosinas, y al margen del virtuosismo alcanzado por las bandas de timbales y tambores, el rasgo más peculiar de la Semana Santa de Alzira siguen aportándolo doseles. Pese a la insignificante promoción exterior y la deficiente autoestima que lastra muchos valores culturales valencianos, estas manifestaciones artísticas se merecen algo más que la declaración de Bien de Relevancia Local que acaba de otorgarle el Consell. Lejos del desdén oficial, los ciudadanos reconocen su importancia mientras forman las interminables colas que regulan la entrada a los locales escogidos por los clavarios para exhibir esa peculiar escenografía sacra.

El origen de los doseles se remonta al siglo XVII, según apunta el cronista oficial de Alzira, Aureliano Lairón, un historiador que junto a su esposa, Rosa Peris, se ha convertido este año en promotor de uno de los decorados más elogiados de este año, el de La Dolorosa (calle Purísima, 22). La documentación existente en el valioso archivo municipal asocia inicialmente estos ornamentos a la fiesta del Corpus, aunque se tiene contancia de que en el siglo XVIII comenzaron a implantarse en la Semana Santa.

Mucha tela

Las cortinajes, más o menos lujosos, y los arreglos florales fueron los elementos más característicos de esas repesentaciones artísticas hasta bien entrado el siglo XX. Alcireños con una intensa conciencia religiosa como Salvador Baeza o Enrique Nuñez lograron composiciones muy logradas con esos ingredientes y algún que otro adorno suplementario hasta que la Cofradía de la Oración de Jesús en el Huerto apostó decididamente por la recreación de escenarios bíblicos que incluían abundantes aportes de piedra natural, ramas de olivo y matorrales autóctonos.

Pero los doseles no experimentaron un gran salto evolutivo hasta que un joven llamado Eduardo Part introdujo criterios mucho más innovadores. Fue, como casi siempre, fruto de la casualidad. «Un clavario me propuso en 1981 montar un dosel y se me ocurrió utilizar corcho para montar una arcada que complementaría un fondo pintado por Pepe Goig», rememora el hoy reputado decorador. Dos años más tarde introdujo moqueta y cesped y consiguió el primer premio del concurso que tanto ha incentivado a los autores de estas creaciones en los últimos años.

Part accedió a la presidencia de la Dolorosa en 1983 y esa responsabilidad le catapultó. Se olvidó de las telas y se dejó llevar por la imaginación. A partir de 1986 ganó cuatro años seguidos con técnicas que luego se han depurado con maestría e ingenio. Y las nuevas tecnologías empleadas en sorprendentes montajes lumínimos o audiovisuales han añadido belleza y espectacularidad.

Elaborar un dosel como el que envuelve este año a La Dolorosa cuesta meses de duro trabajo. Part se rodeó el pasado 16 de octubre de un equipo de más de cinco persomas y dedicó muchas horas todas las tardes hasta acabarlo a finales de febrero. «El papel de celo lo compramos en Zamora y otros materiales en Zaragoza», describe Part para ejemplificar el esfuerzo.

Respaldo institucional

El presidente de la junta de cofradías, Vicente Fábregues, y Lairón coinciden, orgullosos, en subrayar que el dosel «es un bien privativo de Alzira» y claman por la llegada de ayudas oficiales que financien y promocionen esta muestra de nuestro patrimonio cultural. No es una costumbre barata. Algunos cofrades han llegado a pagar hasta 30.000 por un dosel. El público lo agradece. Ahora falta saber hasta qué punto lo hacen también las instituciones.

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