«La niña está temblando». Una videollamada a través del WhatsApp cuando se dirigía a la comisaría a interponer denuncia contra el que era su marido para que abandonara el domicilio familiar anticipó el drama que se encontraría poco después y que, según asegura, le acompaña «cada día» desde entonces. El móvil ofrecía una imagen oscura, tenebrosa, sin rastro del interlocutor ni de lo que, presuntamente, acababa de hacer. Minutos antes había recibido una llamada desde el mismo teléfono para preguntarle si realmente le iba a denunciar. La respuesta fue sí, pero no llegó a la comisaría de Alzira.

Cuando buscaba un lugar para aparcar, los hechos se sucedieron. A la tétrica videollamada de su marido sucedió otra llamada de su cuñado anunciándole que el primero se había tirado por el balcón. La angustia por su hija, la niña de dos años -«y dos semanas», apostilla la madre- que había dejado durmiendo en la cama se disparó. Tuvo tiempo de llamar a su cuñada y a una amiga para pedirles que fueran a la casa antes de sufrir una primera crisis de ansiedad en el coche. La amenaza proferida un par de semanas antes como respuesta a su intención de divorciarse -«te voy a dar donde más te duele»- cobraba todo su sentido. La pequeña Maia Larisa había sido degollada. Sucedió todo en la tarde del pasado 12 de noviembre, domingo.

Victorita Dima ha obtenido esta semana el divorcio del presunto parricida y su paso por el juzgado en uno de los últimos trámites de la fase de instrucción por la muerte de la niña le ha hecho revivir aquella tarde. «Una cosa así no se supera nunca», relata a Levante-EMV. «Lo que pasó ese día, esa tragedia, la vivo cada día de mi vida, me resulta muy difícil dormir», relata en su primera declaración a un medio de comunicación siete meses después del parricidio. «Hace unos días estuve en el juzgado y ahora es más difícil aún», comenta.

Prisión permanente revisable

Sus representantes en el procedimiento, el gabinete jurídico Vázquez-Sanmartín, tienen previsto solicitar la prisión permanente revisable para el presunto parricida, Laurentiu Mihai, aunque Victorita tiene claro que ni la condena más severa puede mitigar su dolor: «Para mi, no sirve para nada, ni la cadena perpétua ni la permanente revisable, el daño está hecho. ¿Qué condena le pueden imponer? ¿Veinte años? Con la pena que sea no paga el daño que ha causado», señala, mientras augura que en «15 o 16 años estará en la calle» para rehacer su vida de nuevo y, según subraya, «estoy segura de que cuando salga de prisión va a venir a por mi».

No es la única amenaza que, según asegura, siente. Los abogados tienen previsto interponer denuncia por otras amenazas recibidas en las que, según explican, le responsabilizan de todo lo sucedido.

La madre de la niña asesinada relató que la relación con su pareja estaba rota y que le había anunciado hacía tiempo su intención de divorciarse, incluso antes de que su marido se fuera a Lleida a la campaña de la fruta de verano, si bien cuando regresó le confirmó sus intenciones: «Le dije que ya estaba preparada y que me iba a divorciar».

«Él creía en principio que no le iba a dejar porque no tenía recursos para mantenernos pero, con el tiempo, se dio cuenta de que no necesitaba dinero ni nada de él ya que podía pagar la guardería, la ropa y todo lo que necesitaba la niña», relató Victorita, quien justificó su progresivo distanciamiento de su marido por la relación que él tenía con la niña. «No la quería, cuatro meses después de que naciera le pedí que cambiara porque no jugaba con ella, ni la sacaba a la calle, ni le daba de comer, yo quería para mi hija un padre que le ofreciera cariño y la quisiera de verdad. Él no tenía esas cosas y ya le había dicho que si no cambiaba me iba a divorciar y a llevarme a la niña». Según su relato, el presunto parricida no quería haber tenido a su hija. «Después de que hubiera nacido me decía que por qué no me había esperado más tiempo, pero yo sí quería a esa niña», explicó Victorita, quien asegura que esperaba que su marido «luchara» por quitarle a la niña «como me había amenazado todo el tiempo» conocedor de que «es lo que más quería en este mundo», dijo, «pero nunca pensé que pudiera hacer daño a nuestra hija».

Aquel domingo, harta de las discusiones, gritos, amenazas y de los celos de su marido, decidió ir a la policía, pero no llegó a entrar en la comisaría. Los hechos se desencadenaron de forma trágica. Victorita no ha vuelto al piso de la avenida Pare Castells donde murió su hija. Intenta reconstruir su vida con ayuda psicológica, aunque admite que le cuesta salir a la calle. «Vivo cerca y la gente me conoce, te da ánimos y te pregunta cómo te sientes y esas cosas no me gustan. Hablan, te preguntan por qué no le había dejado y eso es lo que quería hacer».