Carcaixent vivió el 16 de junio de 2016 un virulento incendio forestal en un año terrible, en el que se dio la matemática del desastre. Temperaturas muy altas. Ausencia de lluvias. Escasa humedad. Estrés hídrico. Exceso de biomasa en el sotobosque y la chispa del desastre, que detonó el infierno. Eran las 17,02 horas cuando el Centro de Emergencias recibió el aviso. En ese momento, las llamas comenzaban a propagarse con fuerza en el Camí La Font, cerca del paraje natural de l'Hort de Soriano y tomaban parte del núcleo de la Barraca d'Aigües Vives. Todo avivado por las rachas de viento que llegaron hasta los 40 km/h y unos registros que se mantuvieron cercanos a los 30 ºC. Su evolución, con una velocidad de entre 50 y 75 metros por minuto, según datos del Consorci Provincial de Bombers, obligó a evacuar el hospital y la residencia de Aigües Vives y a desalojar varias urbanizaciones. En total, fueron más de 800 personas las que trabajaron en las labores de extinción. Una labor que, unida al comportamiento de los afectados y la solidaridad de los vecinos, permitió que la noche del 19 de junio se lograra poner punto y aparte con su estabilización.

El balance: una mancha negra de 2.291 hectáreas que hoy, dos años después del trágico suceso, sigue siendo palpable y se alterna con un paisaje «renovado» y restos de las copas de los pinos calcinados. 731 días han pasado en los que el bosque ha demostrado tener una segunda vida con la aparición de especies como la coscoja, el lentisco o el margallón. Una regeneración poderosa y visible a apenas metros por su menor tamaño y su promiscuidad forzada. Vegetales que se asoman entre los grandes árboles y que están mejor adaptados a las condiciones actuales. Todavía lejos de la majestuosidad y el equilibrio previo al desastre, lleno de cicatrices, irregular y caótico, pero con signos evidentes de supervivencia. «Los bosques mediterráneos están más preparados para afrontar estas situaciones. Es una bondad. De hecho, las montañas siempre están en constante recuperación. Tienen una capacidad innata para volver a rebrotar», explicó Artemi Cerdà, catedrático de Geografía de la Universitat de València y uno de los mayores expertos en España en ciencia del suelo.

Heridas vitalicias

Además del factor natural, el Ministerio de Medio Ambiente también ha realizado obras hidrológico-forestales para restaurar los puntos afectados con tratamientos selvícolas y la construcción de fajinas para minimizar la aparición de fenómenos erosivos. Aun así, Ferrán Dalmau, ingeniero forestal de Carcaixent y máximo responsable del sistema de defensa contra las llamas denominado «Sideinfo», señaló que el fuego fue muy severo y todavía existen zonas que están bastante dañadas. «Se ha producido erosión y se ha perdido el poco suelo fértil que había, por lo que retrasa el proceso de regeneración en las zonas más expuestas. Los árboles que se quemaron eran demasiado jóvenes en muchos de los casos y no tenían todavía semilla. Eso implica que el rebrote es de matorral y significa que la masa forestal resultante será más vulnerable a sufrir nuevos incendios», sentenció.