La «supercélula» que, en paralelo a la trayectoria del Xúquer, destrozó todos los cultivos desde Tous a la desembocadura del río, no es un fenómeno meteorológico frecuente pero tampoco desconocido. Se trata de una tormenta atípica que ha dejado muchas huellas en la historia de la comarca. Una de las más significativas fue la granizada que trituró techos, coches, árboles y persianas en la Pobla Llarga el 31 de agosto de 1995. Su poder destructor es temible y su única ventaja procede de su carácter selectivo. Descarga sobre una zona muy delimitada. «Es una auténtica lotería, pero a quien le toca nunca olvidará su suerte», bromea el popular meteorólogo televisivo Jovi Esteve (inforatge). Y, por desgracia, cada vez aparece con más frecuencia.

Menos mal que el fenómeno se marchó de una manera tan inesperada y breve como había llegado. El castigo apenas duró diez minutos pero bastó para sembrar la devastación en el campo. Las imágenes serán difíciles de borrar de la retina de los agricultores. ¿Qué demonios había ocurrido? Los especialistas anglosajones, sobretodo los estadounidenses, muy habituados a este tipo de tormentas, lo definen como «Downburst», un reventón atmosférico que se presenta con una amplia cartera de servicios: una rápida pero muy potente tromba de agua, granizo que puede llegar a ser muy dañino, rachas de viento que suelen superar los cien quilómetros por hora y un enérgico aparataje eléctrico. Los rayos completan un escenario estremecedor.

Un «reventón» muy dañino

La tormenta también era importada. No se originó en la comarca, pero fue aquí donde infló sus hechuras. Provenía de Murcia, entró por el interior de Alicante y se reactivó al adentrarse en la comarca. ¿Por qué? Tuvo mucho que ver la orografía, el abrasivo calor de la jornada y un viento de levante muy calido y húmedo que recargó el aguacero.

El aire frío residual que se sostenía en las capas medias y altas de la atmósfera, al entrar el contacto con el viento marítimo, provocó el estallido tan demoledor que hizo avanzar la tormenta por la extensa y fértil llanura de inundación del Xúquer.

El desplome del aire frío desencadenó ese viento huracanado que avanzaba encolerizado sin orden aparente para golpear con fuerza en todas direcciones. La lluvia recogida no fue muy significativa. Se registraron 21 litros por metros cuadrado en l'Alcúdia y 15 en Algemesí, por citar los registros más cuantiosos. Nada relevante si no se evalúa que descargó en menos de un cuarto de hora. «Al medirse todos los parámetros se comprueba que las precipitaciones cayeron con una intensidad torrencial», precisa Jovi Esteve.

El viento alcanzó en Alzira los 92,6 kilómetros por hora. El meteorólogo de Algemesí opina que en muchas zonas se superaron los cien, una velocidad que es capaz de doblar estructuras metálicas, como sucedió con la techumbre de la Casa Sinyent, una joya del gótico civil valenciano, protegida como Bien de Interés Cultural en Polinyà de Xúquer, que se ha quedado sin techo. Sus grietas se han agrandado y la ruina amenaza seriamente el monumento.

Cumulonimbus arcus

Tampoco es fácil olvidar la imagen que adquirió la tormenta. Vista desde cierta distancia delataba su peligro. Algunas fotografías muestran con nitidez el movimiento de rotación que ejercía sobre su propio eje. Todo circulaba alrededor de la célula principal. El movimiento formaba ese arco tan peculiar denominado técnicamente «cumulonimbus arcus». Está en el origen de los famosos tornados que agitan el interior de Estados Unidos cuando colisionan masas de aire de diferente temperatura: el frío aire polar de Canadá contra el aire cálido tropical del golfo de México. «Cuando se avista esa arcada tan característica es mejor ponerse a resguardo», aconseja Esteve.

La volveremos a ver. Seguro. Lo que no sabemos es dónde ni cuándo. «Ese tipo de tormentas se han producido toda la vida, lo que ocurre es que ahora están siendo más frecuentes por culpa del cambio climático y, además, tenemos más medios de información y de registro que generalizan su conocimiento», sentencia el experto. El aumento de la temperatura del mar produce más vapor del agua que añade energía a las tormentas. Desde la primavera al otoño habrá que estar alerta. Y ya sabemos que el punto de descarga es aleatorio. Pura lotería.