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Tranquilidad que, sin embargo, no afecta en el día a día: «No obstante, la vida en la isla adquiere un ritmo frenético, envidiable en otras zonas a la hora de hacer gestiones económicas en los bancos, burocráticas en los ayuntamientos o sanitaria en los hospitales... aquí existe una inmediatez beneficiosa para nuestro tiempo», matizó Vila.

El restaurador reconoce, sin embargo, que los primeros años en la isla fueron «de aclimatación al entorno y económicamente bastante duros», pero ya se considera un menorquín más: «Algunos amigos han llegado a otorgarme la doble nacionalidad».

Eso sí, no olvida el paisaje de su localidad natal: «Tú subes al Realenc y miras en dirección del Camí de la Font donde la vista se pierde en un manto verde excitante de naranjos y crees que el paraíso debe ser algo parecido. En cambio, vienes a cualquiera de las playas vírgenes de Menorca, a ese gran museo paleolítico al aire libre que es la isla, y también crees que el paraíso se debe parecer bastante», explicó.

Sobre las razones que le llevaron a emigrar, Vila se remite a su predisposición a encontrar nuevos lugares: « Soy del carácter del 'pensat i fet' y si no me encuentro a gusto en un sitio salgo rápido. No es ahora el caso», comentó.

100.000 litros al año

El restaurador nacido en la Ribera también es el responsable del crecimiento de la cerveza artesanal «Grahame Pearce», una de las más apreciadas por los residentes en la isla aficionados a este tipo de bebidas. La producción anual se acerca a unos 100.000 litros anuales, que se vende íntegramente en la isla. «Hacemos una cerveza sin pasteurizar y sin ningún tipo de aditivos químicos ni antioxidantes, por lo que no es muy fácil su transporte», apuntó el fundador de la marca. También destacó que ser trata de la primer firma cervecera de Baleares, con 18 fábricas en total. «Este año, en la prestigiosa feria Barcelona Beer Challenge, con 400 fábricas de todo el mundo y más de 1.000 cervezas presentadas a concurso, nuestra cerveza lager ha conseguido la medalla de plata», declaró Vila. Y uno de sus últimos proyectos es la producción de un queso macerado en cerveza. La iniciativa nació tras conocer que unas abadías trapenses elaboradoras de cervezas producían un queso con un toque distinto: «Hicimos un viaje a las abadías de Chimay y de Orval para intentar conocer sus secretos. En Orval les interesó mucho que una isla tan pequeña como Menorca se hicieran grandes quesos y nos ayudaron dándonos las pautas a seguir. Les prometí que si lográbamos nuestro objetivo les enviaría unos quesos. Después de cierto tiempo, nos contestaron que ellos no conocían las características del queso de Menorca, pero que el queso que les habíamos enviado era excelente». Actualmente este producto se distribuye entre el comercio local de la isla y se exporta la vecina Mallorca y Barcelona.

Un antiguo molino del siglo XIX

Y también destaca en la faceta social, siendo nombrado como una especie de hijo predilecto de Sant Climent: «Creo que es un reconocimiento al trabajo hecho a lo largo de estos años y al haber sido embajador del nombre de Sant Climent por todo el mundo».