Cuando se cumplen 80 años de los bombardeos que golpearon inmisericordemente a las poblaciones de retaguardia valenciana, no podemos olvidar en ningún momento los ataques que sufrió Carcaixent y que produjeron un total de 14 víctimas mortales y numerosos daños materiales.

Los bombardeos los llevó a cabo tanto la aviación italiana de las Baleares, la llamada Aviazione Legionaria Italiana, que desde el aeropuerto de Palma, en aquella época muy rudimentario, (sobrevolaban sin apenas ninguna resistencia tierras valencianas soltando su carga mortífera en ciudades y pueblos con apenas defensa antiaérea), como los hidros de la Legión Cóndor alemana.

Comenzaron el 24 de mayo de 1938, repitiéndose el 9, 21 y 28 de junio, y produjeron importantes daños en la zona ferroviaria. El mes de julio volvieron a recrudecerse. Los días 5, 12, 14 y 19 los aviones rebeldes intentaron masacrar el pueblo de Carcaixent, aunque solo se produjo un muerto y dos heridos. El 9 de octubre del mismo año las bombas alcanzaron de nuevo el barrio de les Barraques, causando otro muerto y dos heridos, aunque el bombardeo más mortífero tuvo lugar el 2 de noviembre con un saldo de 12 muertos y 12 heridos.

La mayoría de estos ataques se produjeron mientras los ejércitos franquistas intentaban ocupar el territorio valenciano, en lo que se ha denominado la batalla de València, una de las pocas batallas en las que los rebeldes no obtuvieron la victoria, en parte debido a la famosa «línea defensiva XYZ», que hizo inexpugnable las defensas republicanas, obligando al general Franco a paralizar la ofensiva el día después que las tropas republicanas cruzaran el río Ebro el 24 de julio. El famoso historiador británico A. Beevor, consideraba que esta batalla, «puramente defensiva, fue una victoria mucho más grande que la tan cacareada de Guadalajara?».

Otras poblaciones de la Ribera sufrieron los estragos de la aviación rebelde. En Algemesí produjeron un total de 27 víctimas mortales estas terroríficas acciones. Alzira fue bombardeada en cuatro ocasiones, y en Carlet, Benifaió y Cullera no causaron ningún muerto.

Los posibles objetivos eran tanto las pequeñas fábricas de armamento que se encontraban en estos pueblos diseminadas entre los numerosos almacenes de naranja, como el lucrativo comercio de la naranja que tantos réditos proporcionaba al gobierno de la República y que servían para comprar armamento en mercados internacionales fuera de los cauces gubernamentales legales. También era un objetivo fundamental el nudo ferroviario de Carcaixent, en donde confluía la línea de vía estrecha de Denia. Hay que tener en cuenta que el gobierno republicano se vio, desde el primer momento, abandonado por las potencias democráticas europeas mediante el Pacto de No Intervención que prohibió la venta de armas a cualquiera de los dos bandos, prohibición que tanto los alemanes como los italianos obviaron y que perjudicó especialmente al gobierno republicano.

Alginet, l'Alcúdia y Alberic también albergaban fábricas de armamento pero nunca fueron bombardeados. Tal vez se deba a la imprecisión de los bombarderos que, desde una altura aproximada de 4.000 metros, lanzaban las bombas en una comarca repleta de pueblos muy cercanos. Como dijo uno de los supervivientes, el capitán Mancini, en unas notas autobiográficas: «Los bombardeos se hacían a ojo».

En Carcaixent existía una pequeña fábrica de bombas y en Alberic se montaban sin licencia oficial los famosos subfusiles «Naranjero», una copia casi exacta del modelo alemán «Schmeisser MP-28», que después de la contienda fueron utilizados también por la Guardia Civil en muchos casos para luchar contra los mismos republicanos que integraban el maquis, y que debe su nombre posiblemente a que se ensamblaba en un antiguo almacén de naranjas de Alberic.

La aviación rebelde

Es a partir de la caída del frente norte con la conquista de Gijón el 20 de octubre de 1937 cuando el mando rebelde decidió golpear sin ningún intervalo de quietud todos los puertos y ciudades del Mediterráneo republicano.

En Palma de Mallorca se estableció la jefatura de las fuerzas de tierra, mar y aire del bloqueo, al frente de la cual se encontraba el almirante Francisco Moreno, el objetivo fundamental era ahogar y desmoralizar la retaguardia republicana. Pretendían el desaliento del adversario mediante el terror de los bombardeos. El general Italiano Francesco Pricolo lo confirmaba cuando en un informe señalaba que «l'arma efficace della flotta aérea è il terrore, teoría que compartía el mismo Duce Italiano», que en un telegrama al jefe de las fuerzas aéreas italianas en España, le comunicaba que la aviación de las Baleares sería reforzada y tendría como misión aterrorizar la retaguardia republicana, especialmente los centros urbanos. El Duce pedía bombardear las costas republicanas a partir del mes de febrero de 1938 para destrozar los nervios y aterrorizar a la población.

La superioridad de la aviación del general Franco era más que evidente. Italia y Alemania se involucraron totalmente para que ganara la guerra y una de las opciones era la utilización de la aviación, en un momento en que estaba dándose el cambio de una aviación casi acrobática e individual de la I Guerra Mundial a una aviación donde predominaba la velocidad, la potencia, el ataque en picado y la ayuda a las operaciones terrestres.

Para muchos historiadores, entre ellos Paul Preston, la ayuda italiana a Franco «puede considerarse como decisiva en el resultado final». Italia se implicó con mucha más intensidad que los alemanes en la guerra española. Los altos mandos militares franquistas consideraban necesaria esta ayuda; por ejemplo, el almirante Cervera, en una reunión con los altos mandos de la marina italiana y alemana, así lo afirmó: «Sin la ayuda decidida de los aliados no podremos vencer».

Ensayo de la guerra moderna

Los bombardeos sobre Carcaixent, al igual que todos los que sufrieron los pueblos del territorio republicano, fueron un incipiente ensayo de las posibilidades de la guerra moderna, prueba que se vería verificada durante la Segunda Guerra Mundial, tanto por las potencias del Eje, como por los aliados a partir de mitad de la guerra. El objetivo: aterrorizar a la población, desmoralizarla y provocar el mayor número posible de bajas y daños materiales. Una nueva fase, donde todo atisbo de misericordia desaparecía ante un objetivo final, ganar la guerra.