«Ojalá granizara todos los años para así poder sacar rendimiento a las naranjas». La frase es, como poco, impactante. Su autor es Jesús Torres, un agricultor de Alberic, aunque podría atribuirse a una buena parte de los productores de cítricos afectados por el pésimo inicio de la presente campaña. La situación en el campo ha dado un giro de 180 º. Lo que antes era una desgracia, ahora se ve como una bendición. Poder cobrar de los seguros los daños en la cosecha es a lo que aspira un campesino cualquiera, ya que lo más probable es que así obtenga más dinero que vendiendo sus naranjas, si es que ha tenido la suerte de que alguien haya preferido pagar por su producto y no por el importado de Sudáfrica.

Un frío escalofrío recorre los cuerpos de aquellos que viven del campo. El futuro pinta más negro que nunca. «No recuerdo un año tan malo. Llevo toda la vida trabajando en el campo y siempre ha habido años buenos y años malos, pero ahora ya no pensamos que nos queden buenos por venir», comenta Torres.

Martí, otro agricultor de Alberic, tiene claro que esta campaña marca un antes y un después: «El agricultor siempre pensaba que después de una campaña mala vendría una buena, pero ya no ocurre. A partir de este año mucha gente, sobre todo los pequeños productores, abandonarán sus campos», augura.

«Cada vez peor»

La situación de Andrés Badía no mejora, pese a que se considera un afortunado: «El año pasado podía vender la naranja a 450 pesetas, pero este año la he vendido a 200 y aún tengo que dar las gracias cuando con eso no te da para nada». «Esto es lo único que tenemos y cada vez va a peor. La cosa está muy agria», lamenta apesadumbrado. El panorama es desolador. «Hay algunos agricultores que en las tertulias de bares preguntan si existen subvenciones para cortar sus naranjos. La mayoría de ellos pierden dinero, muchos campos se han hecho viejos y no se les saca el mismo rendimiento. Además, los jóvenes no tienen opciones en el campo porque nadie quiere hacer una inversión ahora y esperar a ver si en cinco años puede recoger algo», explica Jesús Torres.

Para Martí, el problema de las exportaciones de Sudáfrica es uno de los que más dolores de cabeza provoca a los agricultores, generando un círculo vicioso destructivo: «Los comercios compran las naranjas de Sudáfrica, lo que implica que aquí no se vendan. Eso se traduce en una menor inversión para la campaña venidera. Hay menos campos para recolectar y se pierden puestos de trabajo», alega.

Por si eso no fuera suficiente, los productores africanos cuentan con unas exigencias mucho más laxas que las que se reclama al agricultor valenciano. «La conselleria marca una serie de exigencias a la hora de trabajar en el campo, sobre todo en lo que al uso de fitosanitarios se refiere. Los agricultores de fuera usan productos que aquí tenemos prohibidos, debemos usar unos que son un 20 o un 30 % más caros», añade Martí.

No hace mucho (sin ir más lejos la pasada campaña), la industria suponía un pequeño salvavidas para el agricultor. Aquella naranja que no encontraba su sitio en el mercado terminaba en la archiconocida «pelaora», pero ya ni siquiera queda ese consuelo. «El año pasado se pagaba a unos cuatro euros, este año se paga a 1,5», asegura Jesús Torres, que tiene claro que mucha naranja se quedará en los árboles ya que los productores no se pueden permitir pagar los jornales necesarios para tirarlas al suelo.

Por lo que al mercado se refiere, la falta de regulación constriñe a los agricultores, que quedan a merced de los compradores. «Los precios los marca el comercio, son ellos los que te dicen esta naranja vale tanto», explica Martí, que añade: «Es una situación surrealista, es como si alguien va a una papelería y dice que quiere pagar tanto por un bolígrafo».

Negocio para unos pocos

La naranja continúa siendo un negocio rentable. Eso es innegable. Pero lo es para muy pocos. La mayor parte del tejido agrícola está conformada por pequeños productores, que son los que más afectados se ven por la actual coyuntura y los que, ante esta situación, más posibilidades tienen de abandonar el sector. «La mayoría no estamos aquí para hacernos ricos, solo queremos amortizar la inversión y obtener un pequeño beneficio que nos permita volver a invertir. Pero hoy en día los que recuperan la inversión realizada ya se pueden dar por satisfechos, los agricultores somos incapaces de amortizar las inversiones que hacemos», concluye Martí.