Dijo una vez un filósofo alemán que lo que más nos aproxima a una persona es una despedida. Venía a significar que no hay encuentro que aflore sentimientos más verdaderos que aquel sobre el que pesa la certeza de que no se va a repetir. En 2007, una animalista de Toronto empezó a protestar ante uno de los mataderos de la ciudad canadiense con esta máxima en mente: paraba los camiones transportistas y dedicaba diez minutos a tranquilizar, acariciar e hidratar a los cerdos, antes de su fatal sino. A despedirse de ellos. Diez años después, y con un juicio que se viralizó de por medio, el movimiento se ha globalizado y cuenta con 600 grupos a nivel mundial. El método no ha cambiado. Estos actos, conocidos como «vigilias veganas», son totalmente pacíficos. Los asistentes piden a los transportistas que detengan sus camiones unos momentos, que aprovechan para acompañar a los animales en sus últimos minutos. Ayer, el movimiento llegó a un matadero de pollos de Algemesí, en el que se concentraron alrededor de veinte personas a rendir su particular homenaje a los pollos que serían sacrificados a lo largo de la tarde.

O esa era la intención, al menos, de Valencia Animal Save, el colectivo que organiza las vigilias veganas „aunque huyen del término, como explicarán más tarde„. Se trata de una corriente que está movilizando a cada vez más personas con una actividad que le da la vuelta a uno de los argumento que los críticos con el movimiento usan para desprestigiarlo, el excesivo sentimentalismo con algo que, al final, solo es comida.

Uno de los triunfos de la industria cárnica es el monopolio del relato: el consumidor no conoce cuál es el hueco narrativo entre un animal vivo y el trozo de carne en bandeja a la venta en los supermercados. El movimiento de las vigilias veganas busca rebelarse contra este dominio, que se conozca cuál es el sino del animal una vez sube al camión, de camino al matadero.

He aquí la razón por la que quieren huir del término «vigilia vegana»: según contó Julia Elizalde, una de las fundadoras en 2017 de Valencia Animal Save, a estas actividades no solo acuden los voluntarios. También invitan a sus familiares y amigos, quienes no están familiarizados con el vegetarianismo o el veganismo. «Buscamos que conecten con los animales», explica Elizalde, «ya que la mayoría de ellos nunca han visto animales de ganado y no pueden relacionar lo que comen con lo que eran antes». Al mismo tiempo, se muestra que no es un acto que reúne a «tres locos», sino también a cualquier vecino de la localidad.

En el acto de ayer se encontraron tanto algunos fundadores del movimiento como simpatizantes que ya habían acudido a alguna vigilia. Entre los novatos, contaban tanto vegetarianos y veganos como gente que aún no ha optado por el veganismo, pero que querían informarse y contar su experiencia. Todos coincidían en su voluntad de «ser testigos» de la realidad detrás de la industria cárnica, según explicaba un asistente. «Una vez conoces la realidad es un punto de inflexión: puedes ignorarla, o replantearte tu modo de vida», reflexionaba otro. El primer camión con aves llegó una hora y media después de su llegada. El conductor no quiso detenerse, por lo que le dejaron entrar. Sin problema. «La culpa no es de los trabajadores, es de la industria en general», había explicado antes Elizalde, durante la explicación del código de conducta que siguen en cada protesta. No es cuestión de reventar sitios: el cambio empieza en uno mismo.