Los días se consumen con una rapidez pasmosa para los políticos. Las elecciones de mayo se acercan y muchos y muchas no han hecho los deberes y ahora todo son prisas. Y ya se sabe que el ajetreo acelerado no es buen compañero de viaje. Además, aquellos que optan a convertirse en servidores públicos (aunque algunos no han concebido ni una vez en su vida la política como una herramienta de transformación social) han empezado a comprobar que los tiempos han cambiado mucho y que ya no es fácil configurar una lista electoral. Lo compartan o no, la política ya no reporta tantos beneficios tangibles como antes.

Durante una época (que afortunadamente la movilización popular ha ayudado a lapidar) ser alcalde (porque era una cosa de hombres) o estar a su alrededor se convertía en beneficios personales y familiares. No siempre, evidentemente, pero si muchas veces. Demasiadas veces. Ahora ya no. Los controles han crecido y las corruptelas con el erario público ya no se permite. Además, se han multiplicado las formaciones políticas y ahora existen mucho más colores entre los que eligir. ¿En que se ha transformado todo ello? En dos tendencias unidas pero diferentes. La primera es que las formaciones (sean del color que sean) están encontrándose con enormes problemas para configurar las listas. La individualización que están imponiendo los parámetros capitalistas provocan que cada vez sean menos los y las que quieran dedicar su tiempo a la política, que no deja de ser un ejercicio de trabajo por los demás, con escasas recompensas y muchas críticas en una sociedad en la que la libertad de expresión se ha confundido con la libertad de mostrar cada quince segundos la ignorancia y la falta de empatía. Las dirigentes de las formaciones que no son «ganadoras» no consiguen convencer más allá de su gente para configurar listas interesantes. Siempre lo aceptan fuera de micrófono pero es una tendencia que está mermando la capacidad de oposición o de configuración de equipos de trabajo que ilusionen a la ciudadanía. «Si nos miramos hoy día a nosotros mismos, vemos justamente lo que cabría esperar: que nosotros, el mundo, preferimos vivir en la miseria de la realidad que hemos creado [...] antes que organizar una nueva realidad negociada», escribió J. M. Coetzee en una carta a Paul Auster.

La segunda de las características es que en las localidades pequeñas, dichos dirigentes pasen por los mismos problemas pero encima, cuando encuentran a personas que acceden a ir en lista, les piden relegarse a posiciones «de no salir». Es decir, aceptan el hecho simbólico de formar parte del proyecto pero ni muchos menos quieren tener responsabilidades después de las elecciones. Claro está, en muchos pueblos sólo cobra el alcalde o alcaldesa. Zygmunt Bauman parafraseó a Ivan Krastev cuando afirmó que la gente esté perdiendo interés por las elecciones y por todo lo que hoy en día se considera controversia política: «Existe la sospecha muy extendida de que las elecciones se han convertido en un engañabobos. Un juego de simulaciones, lo llamaría yo, en el que todos los jugadores participan de un engaño de prestidigitador. Los políticos fingen gobernar, mientras que quienes ostentan el poder económico fingen ser gobernados. Para mantener las formas, la gente se acerca a regañadientes a los colegios electorales cada pocos años, simulando ser ciudadanos».

Es una pena que se esté perdiendo el interés altruista de trabajar por la comunidad. Tengo la sensación de que el mundo funciona en buena medida por todo aquello que se hace más allá de una remuneración económica. Y no abogo, faltaría más, por el esclavismo. Simplemente considero que el bien común debe motivar lo suficiente para que los miembros de nuestras comunidades (de Turís a Cullera, de Almussafes a Riola y de Sumacàrcer a Favara) se movilicen para aportar su grano de arena en la mejora de la sociedad.

Tantas veces se observa en las asociaciones locales, auténticos motores en el funcionamiento de las localidades. Si no pasa lo mismo en la política es porque se ha generalizado un estigma totalmente injusto en los municipios, en los que lo usual en la actualidad es que existan representantes públicos de enorme decencia e integridad personal.

Un grito, por tanto, desde aquí, por la política local y la participación pública de la ciudadanía.