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Adios a Pancracio Celdrán

El ilustre profesor y escritor alcireño fallece en Madrid a los 77 años

Adios a Pancracio Celdrán F. alvaradoi/efe

Pancracio Celdrán Gomáriz, maestro de la palabra, falleció en Madrid el pasado domingo a los 77 años de edad. Había nacido en Murcia en 1942, trasladándose un año después Alzira, con sus padres, Manuel Celdrán y Dolores Gomáriz, siendo el progenitor profesor y afinador de pianos, actuando en los primeros años en Radio Alzira acompañando con el referido instrumento a los actuantes en del programa «Micrófono para todos».

Pancracio, o don Pancracio, como respetuosamente le llamábamos, tuvo el acierto de nacer en Murcia («la patria bella, de la huerta sultana», según el himno que con bella voz cantaba el barítono GinésTorrano) el 23 de abril de 1942, día que se celebra la fiesta del libro y aniversario del fallecimiento (1616) del príncipe de los ingenios, Miguel de Cervantes.

Pocos meses después, el futuro profesor renació en Alzira, instalándose en el primer piso del número dos de la calle Santa Lucía, al lado de la Casa de l'Olivera, donde según la tradición falleció el rey Jaime I y donde nacería María Gracia, última hermana de los ocho que formaban la familia.

Pancracio me comentaba que hay vivencias que no se le podían olvidar: Los primeros olores al llegar a Alzira, el azahar penetrante y embriagador de los huertos de l'Alborgí cercanos a su casa, al otro lado del brazo muerto del río Júcar, y los de enfrente, Tulell; el croar de las ranas que solíamos pescar en el río; el piar de cagarneres i verderols; las voces de los vendedores ambulantes: el pellero, l'esmolaor, el carret de l'aiguallimó, l'arrop i talladetes... son pasajes vistos desde su casa en la barriada del Cristo. Alzira era por aquellos días una ciudad abarcable: su perímetro todavía era reconocible. De aquel mundo mágico de la infancia de Pancracio, solamente queda un hermoso testigo: el Pont de Ferro. En algunas ocasiones, que fueron muchas, cuando de incógnito se acercaba a su querida Alzira, se alegraba de ser recibido por los cañaverales que jalonan el paso de las aguas, no muy caudalosas hoy, del río. Y más al compartir una rica cassola d' arròs al forn, en casa de sus amigos, el matrimonio formado por Reme Pau y Pepe Perepérez, en el Carrer la Malva.

Era un buen gastrónomo. En los primeros días de enero de 2007, con la compañía de Aureliano Lairón y Pablo García, nos acercamos a Caravaca de la Cruz, donde se iniciaba el Año Santo, para encontrarnos con Celdrán, ya que se realizaba en aquella ciudad el programa de Radio Nacional de España «No es un día cualquiera», donde tomaba parte nuestro amigo. Al finalizar la transmisión, nos desplazamos a Los Royos, lugar donde nací, donde mi sobrina, Juana Pérez, nos había preparado una rica sartén de migas murcianas, acompañadas de unas sabrosas «tajás» (pedacitos de tocino, morcilas y longanizas) procedentes de la recién realizada matanza del cerdo. Fue una agradable reunión alrededor de la sartén, donde cada uno metía la cuchara.

Pancracio aprendió sus primeras letras en un colegio que tenía cercano, El Centro. Una monja franciscana, Sor Gema, le enseñó a leer, abriéndole el camino de la libertad. La religiosa le decía: «te eduqué para que elevándote dieras gloria a Dios». «De aquella excelente educación cristiana» -me decía Pancracio- «guardo en mi alma un recuerdo y gratitud inmensa».

Fue licenciado en Lengua y Literatura Hispánica, doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid, máster en Historia Comparada, diplomado en Historia de Oriente Medio, en Lengua y Literatura Inglesa y Norteamericana y Lengua y Cultura Hebrea. Fue profesor en la universidad californiana de Berkeley, en la estatal de Florida y en las universidades israelies de Haifa, Jerusalén y Beer-Sheva.

Volvió a su Alzira, paraíso de su infancia, el 4 de abril de 2009 para pregonar la Semana Santa. Sintió un enorme regocijo al recorrer sus calles antiguas. Por la mañana visitó la Murta, el santuario de la Virgen de Lluch, donde besó el manto de la patrona gracias a Emilio Carbonell y dejó escrita su dedicatoria en el libro de honor de la cofradía: «Queridos amigos. Me pasa lo que el viejo sacerdote Simeón, cuando en sus brazos le puso la Virgen el cuerpecito del Niño Jesús. Gracias te doy, Señor, porque mis ojos vieron al Salvador. He visto hoy, en este Real Santuario, el espíritu de mi infancia, todavía revoloteando por este recinto sagrado».

Por la tarde fue recibido en el ayuntamiento por la corporación municipal, que presidía Elena Bastidas, y miembros de la Junta de Hermandades y Cofradías. Poco después, en el coliseo del Gran Teatro, pronunció el pregón, que fue presentado por otra apreciada amiga, Consuelo Berenguer.

Querido y nunca olvidado amigo Pancracio, ¡queda con Dios!

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