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Tribuna

Las preguntas de siempre

No caben más excusas ni esperas que cronifiquen la amenaza, porque por mucho que hayamos asumido vivir en una llanura de inundación que genera habituales episodios de riesgo ya no estamos dispuestos a admitir que la agenda del cambio climático nos imponga un calendario plagado de sobresaltos de Pascuas (literalmente) a Ramos. Los barrancos que acechan el casco urbano de Alzira han dado suficientes muestras de bravura para considerar el serio peligro que representan. Se han registrado demasiadas alarma, las dos últimas en apenas cinco meses, para dejarnos de monsergas y lamentos e imponer un relato de hechos y respuestas. El tiempo -tanto el metereológico como el electoral- es propicio para que aprovechemos la asidua presencia de políticos para reclamarles explicaciones. Espero que a partir de ahora lleguen también ellos con la lección aprendida y detallen qué están dispuestos a hacer por nosotros.

Deben explicarnos cuál es la razón por la que los dividendos de constructores y especuladores inmobiliarios cotizan más que los votos a la hora de planificar el territorio. ¿Alguien puede aclarar cómo es posible que la urbanización de calles -hoy todavía desiertas- está ultimada desde hace años mientras persiste un barranco, el Fosc, al que se ha dejado encajonado ¡en apenas dos metros de anchura! entre inmuebles e industrias pese a quedar acreditado que, por sí mismo, es capaz de inundar L'Alquenència, cuya demarcación solía librarse hasta ahora de su endiablada furia?

Es preciso que nos aclaren por qué razón priorizaron la planificación y urbanización de solares habilitados para albergar rascacielos (qué ridículo queda ahora pensar en ellos) en lugar de buscar solución a la temible encrucijada de escorrentías que intimida a Alzira? ¿No sería justo pedir perdón a aquellos que alertamos (aunque sería más preciso decir que clamamos en el desierto) del peligro que entrañaba elegir esa desventurada confluencia de caudales desregulados que es Vilella para instalar allí un centro comercial que (ya me atrevo a decir que por fortuna) feneció antes de que se ordenase el desagüe del barranco de la Casella, cuyo cauce se canalizó, pero justo hasta el puente cuya estrechez y compuertas siguen colapsando el barrio de Les Bases. El esqueleto de hormigón del hipermercado inacabado sigue allí como penitencia de desmemoriados pero ha pasado más de una década y en el barranco que nos condena sigue sin intervenir nadie.

¿Cuántas arremetidas pluviales sufriremos hasta completar de una vez el canal de Les Bases y encauzar el drenaje del Respirall, La Graella y del valle de la Casella? ¿Cuánto habrá que esperar para dar solución a la desembocadura del barranco de la Murta, que se toma la libertad de cortar la carretera de Albalat, donde se asientan decenas de grandes empresas, cada vez que se le antoja porque aún hoy evacúa en un grotesco arcén?

Y sería aconsejable aprovechar este largo periodo electoral para buscar respuestas de los políticos, aunque también para preguntarnos a nosotros mismos cómo es posible que consintamos correr riesgos, sufrir los daños y, encima, pagar las facturas.

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