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Oficio de lance

Oficio de lance

comer, incluso bien, de la palabra escrita. Toda un heroicidad en tiempos líquidos. Si hay un superviviente en la prensa -exiliado de la Ribera, si bien su yo sigue presente en su comarca- ése es Emili Piera, autor de «Oficio de lance: de cómo llegué a comer, incluso bien, del periodismo» (Rotativa). Ya jubilado, el apátrida de Sueca publica una suerte de memorias sin nocturnidad ni alevosía.

Bueno, tratándose de Piera, un hippie biológico sin parangón, su estilo literario desprende algo de rocanrol y despiporre. Un relato inteligente, divertido -la ironía socarrona de Piera, todo un síntoma de vigorosidad intelectual- en el que entiendes las vicisitudes e idiosincrasia de esa rara avis conocida con el nombre de «escritor». Si bien dicen, con criterio, que la Ribera -y no digamos Sueca- es tierra de escritores (y escritoras), conviene ajusticiar a quienes practican el oficio llegando a comer, incluso bien, de la palabra. Ahí hay que referirse a Piera y poco más. Una cosa es escribir y comer de otros oficios -quien esto firma es peón raso de la enseñanza-, otra bien distinta cobrar de tu palabra, ideas y obra.

El autor de Oficio de lance, otrora «moscardón» en Levante-EMV, estudió periodismo «porque quería escribir. Sí, a mí también me pasó», sentencia. Me gustaría saber cuánta gente sueña con escribir a día de hoy, en un mundo en el que futbolistas, influencers y políticos (con perdón) devienen referentes de nuestras jóvenes generaciones. He descubierto que yo siempre fui seguidor de Piera, pero no follower, cosa bien distinta. Su reciente libro retrata una época de periodistas en vías de extinción, sin nostalgia ni amor romántico, más bien crítica y pasajes ácidos hacia una profesión liberada de linaje. Su lectura desmitifica cualquier concepción idílica de la verdad, o la investigación entendida como una proeza detectivesca, o el supuesto «poder» asociado al cuarto poder. Más bien el periodismo se presenta como un oficio de batalla, igual que el panadero amasa la harina con el sudor de su frente. Con todo, Piera se siente un privilegiado, ¿quién come, incluso bien, de sus textos?

Un oficio, el de periodista, eternamente precario, dado a la miseria económica pero cargado de discretos atractivos. Lo dicho: comer de la palabra, algo que este servidor desearía. Escribir por y para uno mismo, sin duda. Asociado a una rotativa, a una empresa, bien, pero ganándote el jornal y tomando tus propias decisiones.

La escritura tiene mucho de ego, por eso, cuando te adentras en Oficio de lance entiendes que Piera carece de esa desmesura narcisista propia de tantos compañeros suyos.

Emili Piera ha sido un columnista incisivo, libre, mordaz. Apuesta por el castellano igual que el catalán, mal que pueda pesar, supongo, a cuatro aficionados a la escritura. No es fácil nacer en Sueca y dedicarse a un periodismo intergaláctico, nada vernáculo, aunque tenga sus momentos cómplices con los amigotes de la terreta.

En «Oficio de lance» aparece la genealogía de ese periodismo de referencia, nada ornamental, que las generaciones venideras debieran conocer.

Es la intrahistoria de un periodista sensato, humilde, realista, alejado de cenáculos con genuflexiones, tan propias de biempensantes autosatisfechos. El maestro E. M. Cioran criticaba a esa gente que se cree con derecho a aburrirnos durante tres horas seguidas. O en un par de minutos, también. Hay columnistas soporíferos.

Tanto como su propia obra. Piera es otra cosa. El suyo, ya saben, es oficio de lance.

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