Un vecino de Carcaixent de 76 años, viudo desde hace doce, empezó hace seis una relación con una mujer de 90 años, quien también es viuda. A pesar de la diferencia de edad entre ambos, de 14 años, el varón asegura que eran felices. Llegaron a vivir juntos unos meses, en el piso que la mujer tiene en Carcaixent, pero la historia se truncó con el traslado de la mujer a una residencia de ancianos; un viraje que, según valora el denunciante, obedece a la secuencia de dificultades que la familia de ella, contraria a la relación afectiva que ambos mantienen, ha ido poniendo en el camino. Los hijos mantienen que la única intención del hombre es «aprovecharse» de la situación de su madre. Una encrucijada que se repite cada vez con mayor frecuencia entre las familias con un pariente mayor y enviudado, cuyos nuevos noviazgos no se sabe si responden a la voluntad interesada de una parte o al verdadero amor.

Según explica el jubilado, tras una relación de varios años, la familia se ha negado en redondo a que visite a su madre, y en estas semanas han estado yendo a recogerla a la residencia justo en las horas en las que estaba prevista su visita. «Con la ilusión que tiene por estar conmigo, y no ha podido estarlo». El jubilado se siente contrariado por el comportamiento de los hijos de su actual pareja y no entiende su empeño en impedir el noviazgo. Se conocieron hace seis años, y, cuando empezaron su relación, se mudó junto a ella para vivir bajo el mismo techo. «La familia me acusaba entonces de querer vivir de rositas, pero no es cierto. Íbamos a medias con todos los gastos», explica el hombre.

No obstante, pronto abandonó el lugar después de lo que, para él, era «una traba más» en la relación. Fue cuando la familia de su pareja se ofreció a limpiar el piso en el que vivían, pero le cobró una cantidad «desproporcionada», al parecer del hombre. Entonces, llamó a sus hijos para que recogiesen sus cosas y le ayudasen a abandonar el hogar que compartía con ella. «Le dejé la nevera y las despensas llenas, y 50 euros para que pagase la limpieza del último día», señala al finalizar la historia, no sin hacer hincapié en el dolor que le provoca este trato: «Que tengan tanta rabia y tanto rencor y no me dejen ver a su madre no se lo perdono», expresa.

La versión de la familia es contundente y totalmente opuesta: le acusan a él de querer aprovecharse de la situación de su madre para vivir bajo su techo y le reprochan que viviesen «en unas condiciones lamentables». Lo corroboran con hechos: «La empresa nos cobró 700 euros por la limpieza de la casa. En un congelador había hasta cucarachas», relatan entre otras muestras de la dejadez que reinaba en la casa «cuando nuestra madre siempre ha sido la reinda de la limpieza». A ello añaden que su madre dejó de tomar la medicación que tenía recetada mientras vivió con él. «En la situación en la que está, la compañía de ese señor no le hace ningún bien», aseguran.

Exceso exagerado de visitas

Ambas partes relatan amenazas, insultos e incluso denuncias cruzadas con la mujer de 90 años como testigo ajeno y epicentro alienado. Unas semanas más tarde de que abandonasen el piso, y ya cuando él se había mudado a su residencia actual „un huerto alejado de Carcaixent „ trasladaron a la mujer a la residencia en la que hoy vive. Él empezó yendo a visitarla todos los días, pero llegó un momento en el que, cuenta, el director del centro le comunicó que le alteraba los horarios de la terapia. El jubilado lo duda: «La terapia más grande para ella es que esté a su lado, cogiéndole de la mano». Preguntado por este periódico, el director de la residencia aclaró que la pareja de la anciana estaba allí, literalmente, «a todas horas», por lo que imposibilitaba que la mujer acudiese a las actividades que necesitaba. Le recomendaron que acudiese en horarios marcados, dos veces a la semana, y es cuando la familia de la mujer ha empezado a recogerla en esas horas para impedir que la siga viendo. «Con todo, nos duele no haber actuado antes», sentencian.