Dimas Vázquez cumplió ayer su sueño. Ya es alcalde de Sueca, aunque el coste que pagará por ello va a ser muy alto. Su partido, el PSPV le da por expulsado, junto a los otros cinco concejales socialistas, por desobedecer las directrices que le marcaban pactar con Compromís, y el PP, que le ha prestado sus votos para investirlo y alejar de rebote a la nacionalista Raquel Tamarit de la vara de mando, va a quedarse fuera del ejecutivo local, por lo que gobernará solo con los dos concejales de Ciudadanos. Sumarán ocho escaños, demasiado lejos de la mayoría absoluta.

Para compensar esa debilidad extrema, Vázquez aprovechó su primer discurso oficial para reivindicar que la democracia ampara todas las combinaciones políticas posibles pero, sobretodo, para proclamar su deseo de incorporar a todos los concejales electos, sean del partido que sean, a las labores de gestión de algunas concejalías «para que puedan colaborar activamente y con responsabilidades adquiridas».

Ese será, enfatizó, el desafío de la nueva legislatura. «Aquello de que yo tengo la mayoría y los demás se quedan en el 'rincón de pensar' debería, al menos en la política local, ir extinguiéndose», defendió poco después de señalar que los vecinos de Sueca esperan de sus políticos «más hechos y menos palabras; más soluciones y menos conflictos».

La eterna desconfianza entre los socialistas y nacionalistas en Sueca no invita al optimismo. El hoy diputado Joan Baldoví prefirió al PP y desdeñó al PSPV y EU en 1999 y, hace cuatro años, Tamarit, con el Pacte del Botànic ya vigente, volvió a arrinconar al PSOE para gobernar en compañía de los independientes del GISPM, cuyo nuevo líder, Julián Sáez, aprovechó ayer su parlamento para remarcar también las incoherencias de Dimas Vázquez.

Tamarit se despedió con orgullo de la alcaldía, satisfecha del trabajo realizado en los últimos cuatro años, y lanzó su penúltima pulla a su sustituto al tildarlo de cobarde. Lo habitual en Sueca.