Un 13,86 sobre 14 en el selectivo. Un expediente inmaculado en el 10 con dos únicos puntos «negros», con muchas comillas: un 9 en Valenciano y un 9,25 en Historia de España en la fase general de las Pruebas de Acceso a la Universidad. El resto, todo excelentes, tanto en los dos cursos del bachiller como en los otros siete exámenes de las PAU. Es el currículum con el que María Samper, alumna del IES La Murta de Alzira, ha saldado su último curso antes de iniciar la vida universitaria. La estudiante detrás de la tercera mejor nota de la Comunitat Valenciana en el selectivo empezará un doble grado en Relaciones Internacionales y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid. Un paso, de la comodidad de la vida en familia en su localidad natal a la salvaje selva de prisas de la capital, que afronta con «ilusión». «Aunque luego me vendrá el miedo», ríe.

Miedo a estar sola, a las grandes distancias, a un vida diferente a la que deja atrás. Durante los próximos cinco años, Maria habitará en una de las residencias afiliadas a la Universidad Complutense, situadas en el barrio de la Moncloa. La suya será una vida eminentemente universitaria, pero en pleno centro de Madrid. No se centrará exclusivamente en los estudios, tampoco: «Pasaré mucho tiempo dentro del campus, pero los fines de semana quiero conocer Madrid. Tengo allí a algunas amigas que podrán hacerme de guía», comenta, con un deje de ilusión en la voz. En Alzira su vida tampoco giraba en torno a los estudios, como podría pensar cualquiera ante su espectacular 13,86. Sí tenía el hábito de estudiar prácticamente todos los días, unas horas. «No me costaba ponerme, lo veía como algo que me gustaba. Sobre todo si el profesor invitaba a que te gustase su asignatura», comenta al respecto en lo que parece ser la única rareza respecto al común de los alumnos, a quienes la ausencia de una satisfacción inmediata en la tarea del estudio le suele ahuyentar. Los fines de semana, sí tenía trabajo, María Samper lo hacía, respetando su hábito; si no, salía con sus amigos. En Navidad y Pascua, claro, descansó más. «Y en Fallas no hice nada», recuerda sonriente. Miembro de la falla alcireña Caputxins, su traslado a Madrid le obligará a abandonar la comisión, una de las cosas que más echará de menos.

El 13,86 le permite asumir con seguridad que podrá entrar a ese doble grado al que aspira, cuya nota de corte el año pasado se situó en un 12,058. A pesar de lo inmaculado de su expediente, cuenta que los típicos nervios le asaltaron el día en que se hacían públicas las notas de las PAU. También en los días previos a los exámenes: «Todo lo que has aprendido durante el curso has de volcarlo en tres días, lo afrontas con mucha tensión», explicaba al respecto. Sus mayores dudas, refiere, surgían respecto a exámenes como Lengua y Literatura Castellana o Filosofía, en los que hay que escribir mucho en hora y media. «Al final lo conseguí, no sé cómo, pero acabé a tiempo». Sendos dieces atestiguan que eligió bien qué contar en cada caso.

Un trimestre para el salto

Por delante le quedan unos tres meses en Alzira antes de empezar una nueva vida en la capital. Su currículum hace que afronte el reto del doble grado con confianza, que no total seguridad: «Una buena nota en el selectivo no garantiza nada, la clave es continuar con el trabajo que ha traído esa buena nota», explica. «Aunque a la hora de trabajar es otra historia», añade, ya consciente de la jungla de la vida adulta. Pero para eso queda mucho aún. Cinco años del doble grado, la vida universitaria. «Tendré que aprender a vivir sola. Cuando necesite algo, tendré que apañármelas para conseguirlo. Espero desarrollarme como persona, pero al mismo tiempo disfrutar de una experiencia que dicen que es la mejor etapa de la vida». Y tanto.