Los restaurantes y bares de las localidades de la Ribera empiezan a moverse para que la plaga de mosquitos tigre y mosca negra que azota las calles no afecte directamente a su trabajo en estos primeros días de verano, justo cuando las terrazas al aire libre encuentran su razón de ser. Geles de citronela, repelentes aromáticos e incluso sprays para los clientes: son muchas y muy variadas las formas mediante las que los hosteleros de la comarca se han puesto manos a la obra para abordar un problema que empezaba ya a hacerles perder clientela. Cada uno de ellos aplica un método „o una combinación de ellos„ distinto, pero todos coinciden, eso sí, en una valoración: los insectos nunca habían representado un problema tan grave como el de este año.

Además, los mosquitos vienen a invadir las calles a primera hora de la mañana y al caer la tarde. Justo las horas en que la afluencia de clientes es mayor, por coincidir con el momento en que el grueso de empleados entran a o abandonan sus puestos de trabajo; y por ser las horas del día en que el calor afloja y ya apetece compartir unos momentos frente a una cerveza o un helado. Las picaduras de estos insectos, más por la cantidad que por la gravedad de las mismas, empezaban a hacer que los vecinos y vecinas prefiriesen quedarse en sus casas antes que salir a la calle para refrescarse, bebida en mano. La pérdida de clientes ya era palpable: «La gente aguantaba un minuto, se levantaba y se iba. Te decían 'lo siento, pero es que no aguanto más'», relata una hostelera de una cafetería de Alzira. Según explica, desde hace un par de semanas, cuando empezaron a ver que la pérdida de clientes era ya remarcable, en cada una de las mesas de su terraza reparten un bote con gel de citronela, que se ha convertido en el mejor remedio de fuera de la botica ante el ataque de mosquitos y moscas. «Y los días en que parece que hay más mosquitos, además repartimos repelentes en spray para que los clientes se rocíen si lo necesitan». Desde entonces, cuentan, las tardes son más soportables, pero la situación está lejos de ser ideal para estos locales.

Este mismo remedio ha seguido la encargada de otra cafetería, situada en la calle alcireña de Calderón de la Barca: «Cuando vemos que algún cliente empieza a rascarse nos acercamos a ofrecerle repelente en spray. Y siempre, si la gente que está sentada lo ve, enseguida empiezan a pedirlo también». En efecto, los picotazos se han convertido en un impuesto extra bastante habitual en cada quedada al fresco, como atestiguan cada día las redes sociales. «Ni nosotros nos libramos. A veces voy con mallas largas, hasta el pie, e incluso así me salen picotazos en los tobillos», explica la hostalera sobre su experiencia particular. En su casi, también rocían el piso entre las filas de mesas con productos químicos, una suerte de pulvorización a título particular. Todo sea para procurar que los clientes no huyan ante la invasión de insectos que se produce cada tarde.

Otros remedios en práctica

Los geles y sprays no son el único método visto en las terrazas de la Ribera. En unos, están menos dispuestos a realizar dispendios en una tarea que, creen, no es de su incumbencia: «Aquí, por las noches, tiramos amoníaco al piso antes de cerrar y lo lavamos con cuidado», comenta el camarero de una cafetería alcireña. Una picadura cerca del ojo derecho confirma que también están sufriendo el ataque de los insectos.

En un restaurante de Alberic, por su lado, probaron varios métodos con los que abordar la problemática. Después de intentarlo con vinagre y sprays, empezaron a colocar espirales de citronela, que se queman poco a poco inundando el aire de los efluvios de la planta. «El día que lo probamos, algunos clientes ya nos dijeron que parecía funcionar. Desde entonces, cada mesa tiene una». Ha ayudado a aminorar el problema, pero no ha acabado con él. «Algunos clientes se han tenido que ir antes de pedir la cena, porque con los mosquitos era insoportable estar ahí», explican. «Y nos frustra mucho, ya no sabemos qué hacer», lamentan.