Una familia de Alzira vivió el pasado fin de semana una situación desagradable. En plena ola de calor, Lucas Hernández y Pamela Moreno, junto a sus dos hijos pequeños, decidieron acudir a la piscina de Catadau a pasar el día. Un familiar de Llombai les había hablado muy bien de esa instalación acuática y se animaron a tratar de refrescarse allí. Los dos euros por persona que cobraban por entrada, según les había indicado su familiar, les parecía un precio más que razonable. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando, en el momento en que se disponían a entrar, con el dinero necesario ya en las manos, el chico que atendía en recepción les pidió cuatro euros por la entrada. Preguntaron. «Es que ha subido».Cuando se apartaron momentáneamente para coger el dinero extra, vieron cómo a la familia que aguardaba detrás de ellos les pedían dos euros. «Es que son vecinos», se excusaron entonces. Ante lo que se olían ya como una muestra de xenofobia en toda regla, decidieron retirarse e ir a la piscina de Llombai, donde su raza gitana no supuso ningún inconveniente a la hora de entrar.

«En el momento me quedé que me pinchas y no sangro. Nos fuimos, porque no queríamos montar ningún espectáculo, pero deberíamos haber pedido una hoja de reclamaciones», contaba Lucas a este periódico unos días más tarde. Antes habían llamado al consistorio de Catadau y les confirmaron que, en efecto, el precio estándar de la entrada para la piscina municipal, en martes o en domingo, y fuera vecino de Catadau o no, era siempre de dos euros. Según relataron, no les dolió tanto el tener que trasladarse de nuevo, bajo el sol de las cuatro de la tarde y a unos cuarenta grados, como el hecho de ser conscientes de haber vivido un episodio de racismo en compañía de sus propios hijos.

Ya en Llombai coincidieron con otra familia de conocidos, también de raza gitana. Tras saludarse y comentar lo que les había ocurrido, les sorprendieron: «Nos contaron que les había pasado exactamente lo mismo. El recepcionista les pidió más dinero que a los payos, y se marcharon», explicó sobre ello Pamela. Ante el mal trato recibido del encargado, decidieron actuar.

Piden el despido del chico

En una hoja de reclamaciones tramitada en el consistorio de Catadau firmada por Pamela, la familia expuso los hechos y pidió el despido del recepcionista «por racismo». «Es que cuando íbamos a entrar, ya lo veíamos mirándonos mal. Alguien así no puede atender al público, han de poner a alguien normal», reclamó la afectada. Después de que expusiesen la queja en el ayuntamiento, se disculparon por lo sucedido y les prometieron que el alcalde, Hèctor Roig, les iba a llamar para transmitirles también sus disculpas. «Agradecemos el buen trato, se ha visto que son buenas personas. No tienen la culpa del comportamiento del chico», terciaron.