Esta semana se ha conocido la entrada en el mercado español de 40.000 toneladas de cítricos procedentes de Sudáfrica. Mientras la lonja nacional sigue absorbiendo la invasión de producto foráneo -en condiciones que nada tienen que ver con las que sufre el cítrico nacional al acometer el camino inverso, según ha venido denunciando el sector-, el productor sufre la devaluación de sus naranjas hasta niveles nunca vistos.

El agricultor Enrique Llopis, vecino de Algemesí, es una víctima más, con nombre y apellidos, de la peor campaña en muchos años. Los 7.872,5 kilogramos de la variedad Valencia Late que ha cultivado en uno de sus campos le han brindado un ingreso económico de 118,41 euros, compensación agrícola sobre impuestos incluida, según la liquidación de la cooperativa algemesinense Copal. Por los 2.542 de naranja de primera categoría ha recibido 106,76 euros, un precio de algo más de cuatro céntimos el kilo. Una cifra ya baja, pero que palidece al lado de la que arroja el resto de la producción: 1,12 euros por los 5.330,5 kilos restantes.

A sus 75 años y prácticamente tras toda una vida dedicada al campo, Llopis asegura que «nunca, ni en las peores campañas», había visto los precios pagados este año. Cuenta alrededor de 60 hanegadas de explotaciones, divididas en campos de entre 5 y 10 y repartidos por todo el término municipal de Algemesí, fruto de las herencias de una familia dedicada a la agricultura. La diversidad en la producción le ha permitido experimentar en primera persona las diferencias en el precio de los productos: mientras que el caqui le ha brindado beneficios, toda la producción de Nave Late la ha perdido por la piedra, mientras que otras variedades se han pagado a precios que están lejos de cubrir gastos.

El balance final, con todo, da pérdidas: «Los gastos que generan las Valencias rondan los 350 o 400 euros por hanegada. En un campo de cinco...». Alrededor de 1.900 euros de inversión entre él y su hermano, que se reparten la producción del campo, y de los que solo ha recuperado 118,41 para cada uno. Los resultados de esta campaña han dejado maltrecho, más si cabe, un sector que ya de por sí está muy envejecido. En el caso de Llopis, todo apunta a que el carácter hereditario de sus campos se cortará en la próxima generación: «Mis hijos ya me han dicho que cuando me retire venda los campos. No quieren cargar con el muerto», explica.

Las consecuencias ya se notan

Agosto camina entre el final de una campaña y el principio de la siguiente, y entre los labriegos socios de Copal, las pérdidas de una ya se están dejando notar sobre el trabajo de la otra. Actualmente la Copal ha lanzado la segunda fase de abono, que muchos labriegos no han aplicado en sus campos. «

Copal está mandando mensajes, recordándolo, pero es que nadie tiene ni un euro para gastar en eso», lamentaba Llopis. En su caso, no se plantea cortar sus campos«hay gente que querría, pero tampoco tiene dinero», y lo intentará un año más. Preguntado por si ve algún hilo de esperanza al que aferrarse, Llopis detiene su natural locuacidad por primera vez en toda la tarde: «No sé... No sé».