Asistir al primer día de colegio del nuevo curso siempre supone una satisfacción enorme. Ver como crecen los pequeños, como llegan a nuevos cursos, como se van configurando como ciudadanos (en el sentido más filosófico, con la asunción de responsabilidades públicas). A menudo son los padres y madres los que cuentan con reticencias en esos primeros días, mientras los niños vuelven ilusionados, deseosos de ver a sus compañeros, con ganas de emprender nuevos conocimientos y experiencias. Esta semana volví a experimentar, en mi visita a diferentes colegios de Alberic en ese primer día de colegio, una sensación que ya había tenido en el pasado: Existe en ocasiones (en demasiadas ocasiones) una distancia enorme entre lo que creen los padres que piensan sus hijos y lo que realmente piensan. Ni mucho menos quiero yo dar lecciones de paternidad y menos con mi corta experiencia, pero he tenido ocasión de hablar en infinidad de ocasiones con todos los miembros de la comunidad educativa y he podido comprobar la indignación de algunos de sus miembros por exigencias (ya en los primeros días) de los padres con el supuesto objetivo de que sus hijos tengan la mejor educación. O como mínimo, la que ellos creen que es la mejor.

Esta semana pude hablar con uno de los directores y me comentaba que incluso han ido padres a decirle cómo debían ser las sillas de los colegios, cómo debía organizar los grupos de las clases o cuando y cómo debe producirse la entrada de los niños y niñas. Evidentemente, el colegio es un espacio sometido a cambios, sobre todo porque en él se acogen nuevas generaciones que vienen plagadas de nuevos retos.

Pero quizá deberíamos confiar más en los profesionales de la educación, que han dedicado cientos de horas de estudio y miles de hora de «trabajo de campo» para analizar cuál es la mejor fórmula para que el alumnado esté lo más cómodo posible, disponga de las posibilidades más desarrolladas para su formación y cuente con los espacios más idóneos para su sociabilización.

Se pueden hacer propuestas, pero no se debería intentar enseñar a los maestros sobre lo que ya saben. Hace falta, por favor, un poco de humildad intelectual. Tengo la sensación de que es un problema que afecta a múltiples campos profesionales, pero en el mundo de la docencia se ha multiplicado durante las últimas décadas, con la pérdida del respeto hacia el profesorado. Afortunadamente se han superado prácticas abusivas puestas en práctica por algunos profesores (educados a la vieja usanza) en décadas oscuras pasadas. Pero debemos respetar a los profesionales (la mayoría jóvenes y con conocimientos docentes que nosotros no tenemos) y afianzar la jerarquía. Entre otras cosas porque esas quejas y disconformidad se traslada a los hijos, que sólo faltan el respeto a los profesores porque antes han visto dicha conducta en los padres.

Me comentaba el director que sus padres sólo iban al colegio cuando les llamaban los maestros. Ni mucho menos se permitían el lujo de protestar por razones nimias. No está mal alzar la voz contra las injusticias e intentar mejorar lo que se considera que lo puede hacer, pero tal vez se debería centrar el esfuerzo en los recortes educativos, la existencia de barracones o la falta de profesores o material. Se tiende a protestar por poco y a callar ante mucho.