Para algunos supone una salvación y es cierto que en los últimos años ha crecido su presencia, aunque todavía no desempeña un papel relevante. No arraiga. Así lo explica Antoni Soler, técnico de Alzicoop: «Hay que tener en cuenta que estamos en una zona en la que predomina el minifundismo. La superficie media de las parcelas de la comarca es de 0,5 hectáreas y para poder implantar estas modalidades protegidas se pide un mínimo de una. Son pocas las fincas que superan esa superficie. Es cierto que desde hace varios años existen plantaciones de este tipo, pero la superficie total apenas crece».

Un razonamiento que amplía Eduardo Martí, miembro de la comisión ejecutiva de la Unió de Llauradors: «Se trata de una producción muy residual. Que no es accesible para todo el mundo, de ahí radica su rentabilidad. Como cifra orientativa, esta producción apenas representará el 2 ó 3 % de la totalidad de cítricos».

El principal impedimento a su expansión, más allá del exhaustivo control que se realiza por el momento para no saturar el mercado, es precisamente el dinero. Según las fuentes consultadas, desarrollar una finca de variedades protegidas tiene un coste muy elevado. En torno a los 2.000 euros por hanegada de licencia además de la inversión en árboles. Los plantones oscilan entre los veinte y sesenta euros la unidad, aunque en algunos casos pueden llegar a los cien. «La mayoría de los productores no pueden llegar a eso, los agricultores se han descapitalizado tras invertir en naranjas baratas y luego en el caqui, que aunque les ha permitido sobrevivir durante los últimos años, ha bajado de manera considerable su rentalidad. Plantar una hectárea de Tang Gold puede costar fácilmente unos 24.000 euros, ni siquiera el campo vale eso. Por ese motivo, están en manos de empresas y comercios que tienen un elevado poder adquisitivo, compran fincas de 80 ó 100 hanegadas e incluso pueden instalar invernaderos para protegerlas», apunta al respecto el propio Martí, que apostilla: «Al ser unas variedades más controladas y al acceso de poca gente, su producción es reducida y se pega mejor. Pero tampoco sabemos cuánto puede durar. Los agricultores tienden a lanzarse a la moda y eso hace que en seguida se produzcan problemas de rentabilidad».

Grata experiencia

«Desde luego, es algo que no está al alcance de todos», expone Paco Clari, presidente de Alzicoop y propietario de una finca en la que las navelinas tradicionales dejaron paso a las mandarinas protegidas. «Hace cuatro años me harté de obtener precios tan bajos y me interesé por las variedades protegidas. Para poder plantar, primero te tienen que hacer una auditoría, no pueden haber híbridos cerca para que no salgan semillas. Requiere de una inversión muy grande para comprar licencias y plantones. Tienes que injertarlos y guiarlos, evitar que se rompan; es algo que cuesta mucho. Pero vale la pena porque la liquidación es muy buena. Todo el mundo que tiene estas variedades, está muy contento», concluye.