La sociedad y el modelo de consumo ha cambiado tanto en las últimas décadas que es difícil reconocer ejemplos de la actividad comercial más remota. Uno de los últimos comercios tradicionales que subsisten, bien es verdad que a duras penas frente al dominio que hoy ejercen las grandes superficies, los bazares, las franquicias y los negocios de comida rápida, son los hornos. Están amenazados, constreñidos por una sociedad que vive demasiado deprisa para detenerse a valorar la calidad de alimentos tan básicos como el pan. Pero la resistencia que ejercen algunas familias que transmiten sus conocimientos de padres a hijos permite todavía conocer el sabor y las ventajas de los productos elaborados a mano. El Forn Mínguez de Alberic es uno de esos símbolos. Y los actuales gestores acaban de cumplir sesenta años sin faltar nunca a su irrenunciable cita con la clientela.

Enrique, uno de los propietarios, configura estos días pastas con formas navideñas. Se acerca una época de reconciliación con los hornos tradicionales. Días de buena comida. Ese horno sigue convertido en la cocina de todos. En seis décadas de actividad ha visto transformarse el mundo. Y se ha convertido poco menos que en una reliquia. En 1959, Enrique, el padre, decidió abandonar parcialmente su pasión (la agricultura) para dedicarse a la vida nocturna y convertirse en uno de los horneros más importantes de Alberic. Ha abierto todos los días laborables. El negocio ha pasado de padres a hijos. Seguramente ya no a los nietos.

Los bisabuelos de los actuales gestores, los hermanos Mínguez, Enrique y Ximo, tras regresar de Francia, alquilaron el horno. «Por entonces se comía el triple de pan que ahora y el beneficio era superior a la actualidad», aduce el hijo del creador del establecimiento. En los años ochenta compró la finca entera. El horno solo ocupaba la planta baja. Y hubo que acometer diferentes reformas. El horno era moruno y ahora es giratorio, de leña, muy tradicional. Los hermanos trabajaron en el horno desde pequeños.

«Siempre he huido del horno pero siempre he acabado aquí», acepta Enrique, que guarda los secretos de un oficio legendario: «Todas las medidas que ofrecemos son heredadas. Han pasado de abuelos a padres e hijos. También los diferentes productos que elaboramos». La producción de pan era muy superior en el pasado. Y con formatos muy diferentes. El de medio kilo era el que más triunfaba. No existían los supermercados. Hoy lo acaparaban todo. Ahora se vende más un modelo de pan pequeño, de rápido consumo. Como la propia vida.