Alberto Calvet nunca fue de uno esos niños que ensayaba su discurso delante del espejo. Su pasión no era la interpretación, sino los ordenadores y cuando le llegó la hora de elegir, se decantó por un ciclo superior en el instituto Consuelo Aranda de Alberic. Fue la localidad en la que nació, aunque a los tres años se trasladó con su familia a Massalavés. De ahí nace su indecisión. «Soy mitad de un sitio y mitad de otro», asegura. Hoy reside en Hong Kong, donde se ha convertido en actor, influencer y community manager, con una comunidad de seguidores que supera los 140.000 usuarios.

La juventud fue un divino tesoro para él hasta que, tras dedicarse más de 10 años a la informática, la crisis se lo llevó por delante. A la pérdida de su trabajo, se le sumó un divorcio y 24 meses de búsqueda incansable de un nuevo empleo. Quedó atrapado entre dos espejos, el de las expectativas frente al de las realidades, sin embargo, cuando ya no quedaban atisbos de esperanza, tomó una decisión aparentemente intrascendente que acabó cambiando por completo el rumbo de su vida. Se inscribió a un curso de Profesor de Español como Lengua Extranjera en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y después de superarlo, sentenció que España no era país para su futuro. Su destino: Hong Kong.

La «mudanza» no fue fácil. Atrás quedó el Mediterráneo y el aroma a azahar. Calvet, en su llegada a uno de los centros financieros y comerciales más importantes del mundo, se vio envuelto en calles dedicadas a la monarquía británica, pobladas de rostros asiáticos y con enormes construcciones verticales. «Mis primeros meses fueron malos. Tuve muchas entrevistas de trabajo, pero descubrí que era imposible trabajar aquí como extranjero. Solo tenían opciones de progresar los que venían con un contrato desde su país de origen. De todos modos, no me rendí. Fui a 'networkings' para conocer a gente y organicé eventos privados en los que cocinaba y compartía cultura valenciana con ellos. El segundo año de estar en Hong Kong leí un mensaje en Facebook que buscaba personas para colaborar en una película. Me apunté, me rodeé de compañeros que pertenecían a este mundillo y ahí empezó todo», explica.

Capacidad de reinvención

La fama le ha llegado a los cuarenta años y en una era en la que la pantalla grande ya no es requisito imprescindible para convertirse en un icono. No tiene un Oscar, por ahora, aunque ya ha trabajado con directores como Herman Yau y actores como Woody Harrelson, Andy Lau, Donie Yen, Anthony Wong, Jesse Eisenberg, Dave Franco o Lizzy Caplan. «He perdido la cuenta de los proyectos en los que he participado. Los de mayor renombre son 'Ahora me ves 2' o 'Shockwave'. Aquí, los occidentales solemos ser los malos de la película. La mayoría de mis papeles han sido como mercenario o miembro de una mafia», apunta.

También ha sido embajador de la marca de moda Giordano, ha participado en campañas de publicidad con la actriz española Lucía Guerrero y ha hecho anuncios para varias firmas de Hong Kong. «No suelo ver la televisión y cuando aparezco, me entero más por los que me siguen a través de redes sociales que por mí mismo. Recuerdo que en una ocasión rodé un anuncio de compresas que se hizo viral y la gente me paraba por la calle para pedirme una foto. De todos modos, soy muy polifacético. Muchas veces no me reconocen, porque entre una producción y otra, salgo con y sin barba, pelo largo o corto. Los confundo fácilmente (risas)», señala.

No obstante, no es oro todo lo que reluce ni plata todo lo que no brilla. El precio medio del alquiler registrado es más del doble de la media del resto de ciudades asiáticas. Si arrendar un apartamento de tres habitaciones en el centro de València roza el delirio, es un regalo si lo comparamos con Hong Kong. «Los foráneos se quedan sin palabras. Aquí, la vivienda es pequeña, mala y carísima. Hay apartamentos en los que puedes encontrar un retrete como asiento de una cocina. Yo vivo en un espacio de 25 m2. El salón está debajo de la cama y pagamos 700 euros mensuales», denuncia.

Un factor al que se le unen las protestas, que tampoco dan señales de perder fuelle. Todo comenzó con el proyecto de ley de extradición, que acabó siendo suspendido, y ahora exigen que el Gobierno autónomo y Pekín les hagan caso y apliquen reformas democráticas e inicien una investigación sobre la actitud policial. Manifestaciones que han movilizado a millones de personas. «Están afectando a la economía. En los últimos meses, apenas se han llevado a cabo producciones. Durante los fines de semana, destruyen sistemáticamente las estaciones de tren y hay veces en las que me ha perjudicado bastante porque no he podido llegar a algunos rodajes», relata.

Comparte su día a día con una hongkonesa, con la que recientemente ha tenido una hija. Pese al cantonés (idioma), otra de las barreras para Calvet, tiene previsto alargar su idilio en tierras asiáticas. «Depende de cómo evolucione todo, tomaré una decisión. Quiero enfocar mi futuro en la fotografía y los negocios online, sin olvidar el cine. De hecho, tengo en mente producir un corto y presentarlo en el Festival de San Sebastián. Es solo una idea, pero en la que tengo muchas ganas de trabajar. Posiblemente, volveré a España en pocos años, pero todavía me quedan retos que cumplir en Hong Kong», sentencia.