El canónigo de la Catedral de València, Arturo Climent, ha publicado un libro sobre el sacerdote valenciano Enrique Boix (1900-1937), en proceso de canonización, que murió a los 36 años martirizado en Llombai, su localidad natal, en 1937. El objetivo es que «no se pierda la memoria de un sacerdote bueno, trabajador, enamorado de Jesucristo, que se dedicó a vivir a pleno pulmón su ministerio en distintas parroquias hasta que fue apresado y sufrió un martirio inhumano, horrible y cruel», según el autor.

El libro, prologado por el canónigo Ramón Fita, incluye la biografía de Boix, con fotografías de lugares vinculados a él, y los perfiles de los «siervos de Dios» nacidos en Llombai, Vicente Bartual Lliso y Rafael Donat Lloret, así como del beato José Ferrer, natural de Algemesí, todos martirizados en 1936.

Enrique Boix Lliso nació en Llombai el 20 de julio de 1900, dentro de una familia cristiana. Tras su ordenación sacerdotal en 1925, sus primeros cargos parroquiales los desempeñó en Xixona y Senija (Alicante), Simat de Valldigna y Xeresa, hasta que fue nombrado capellán de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y de las Madres Franciscanas.

«Cura de los jóvenes» en Alzira

En Alzira fue vicario de la parroquia de San Juan Bautista, director de la Juventud Obrera, consiliario de jóvenes de Acción Católica y «alma de muchas organizaciones juveniles católicas, por lo que es recordado como el cura de los jóvenes», según detalla el Arzobispado en un comunicado.

Al estallar la Guerra Civil, «le avisaron que irían a por él porque lo consideraban un cura demasiado influyente en la ciudad». Boix se marchó a Algemesí, donde fue detenido en enero de 1937, y «sin juicio, fue llevado a la cárcel y entregado al comité de Llombai, que se lo llevó y lo encerró en un local». Finalmente fue conducido al claustro de la parroquia, convertido en vaquería, donde fue martirizado el 24 de enero de 1937.

Según el relato de testigos que presenciaron el martirio, recogido en el libro de Arturo Climent, «lo ataron desnudo a un limonero, lo dejaron toda la noche allí y al día siguiente lo torearon como a un animal. Clavándole agujas de hacer jersey y con un cuchillo de matar cerdos, le dieron el estoque final». «Enrique Boix murió dando testimonio de Cristo con valentía, amor y perdonando a sus asesinos», ha aseverado el autor.