Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar: Me llamo Ángel, tengo 8 años y vivo en un pueblo pequeño y blanco cerca del mar, con mis papás Juan y Ana, mi hermana Cristina, mi abuela Juana y mi perro Tomás. Aquí, con ellos y mis amigos era feliz, hasta que vino el bicho verde con pinchos, y paró mi vida y la de los demás.

Este año sólo quiero carbón para cuando vengáis. Bueno, carbón y una vacuna contra el bicho, aunque duela, porque quiero que esto acabe y parar de llorar. Ahora os cuento y entenderéis porque sólo carbón, el pinchazo de la vacuna y nada más.

Ya no salgo a la calle, ni voy a la escuela, ni juego con amigos, y Tomás se cansa de estar en casa y ladra sin parar. Me aburro y me siento mal.

Mi mamá trabaja con los mayores en el asilo, y casi nunca está en casa. Cuando llega con la máscara no la puedo besar, cena sola y luego va a descansar a la habitación de arriba, las más fría, porque dice que nos puede contagiar ese bicho verde con pinchos, del que la abuela Juana no para de hablar.

Mi papá está triste, y ya hace un mes que no va a trabajar. Dice que la fábrica ha cerrado, y le han dicho que ya no abrirá. Pero él sigue buscando, llama por teléfono preguntando, pero cada día está peor, bebe más cerveza, y llora más. Hasta la abuela Juana ya no hace las natillas que tanto me gustan, porque dice que no puede comprar las galletas y la nata, porque no quedará dinero para lo demás.

Menos mal que está Cristina, sólo tiene 4 años, pero hablamos, aunque a veces no entiendo muy bien lo que dice, pero por lo menos la oigo hablar. Jugamos a casitas y muñecas, a pelota en la terraza sin pegar fuerte y con la tablet vemos pelis y juegos hasta aburrirnos de perder y ganar. Tomás y ella van aprendiendo con la "playstation", y así paso el día hasta la hora de cenar, largo, aburrido y con ganas de gritar "basta ya".

Y al día siguiente lo mismo, otra vez a empezar, otro día sólo y triste, cansado de ver a mis padres llorar, sin amigos, con la abuela Juana y Cristina cada vez más calladas, y Tomás empujando mi silla de ruedas para salir a la calle y sin parar de ladrar.

Lo que os pido para este año con más fuerza que nunca, es que el bicho verde se vaya, por favor, que se vaya ya. Que se muera o que lo matéis, que desaparezca de mi vida. Que se pudra como él hace con los demás, que deje a mis padres, a Cristina y a la abuela tranquilos, que se vaya de una puta vez (perdón), y podamos volver a reír y a jugar, y sobre todo que podamos volver a besarnos y a abrazar.

Queridos Reyes Magos, sólo quiero el carbón, la vacuna y nada más.

PD: La carta refleja mis sentimientos al estar de guardia en el hospital y, al pasar por Pediatría, ver a un niño llorar.