Nunca antes como en estos meses se tiene la sensación y quizás el convencimiento de que el viejo continente camina inexorablemente hacia su descomposición, hacia el final. Las causas son muchas y complejas, algunas se iniciaron desde la misma creación del proyecto europeo impregnado de una tradición democristiana que después ha sido complementada por la socialdemocracia del norte de Europa.

Llama la atención que ese proyecto europeo forjado con espíritu de reconstrucción después de la barbarie de la II Guerra Mundial -de cuya finalización en Europa se cumple hoy el 75 aniversario en un entorno de incomprensible silencio y olvido- se hipertrofie sin ser capaz de dar soluciones políticas y económicas -las jurídicas se van abriendo paso lenta pero meritoriamente mediante la creación de un espacio jurídico europeo- a los grandes desafíos que representa el multiculturalismo, el pluralismo jurídico, la inmigración, el clima, las varias crisis económicas y sanitarias que se han ensañado especialmente con el continente europeo. Y es que cuando la economía fagocita a la política, la sociedad se fractura. Ulrick Beck lo definía así "La perspectiva económica es y nos hace socialmente ciegos. Las cifras les han tapado la visión de las personas".

Berlín, como motor de la economía europea y más si cabe después de la materialización del Brexit, tiene la responsabilidad de liderar ese proyecto de reconstrucción europea sin egoísmos sin pretender obtener las ventajas derivadas del diseño de la Unión pero sin contrapartida alguna, ¿acaso pretenderá exportar sus flamantes productos a los mercados empobrecidos de sus socios comunitarios?, se requiere generosidad y sentido común, el mismo sentido común y generosidad de sus socios europeos allá por 1990 en plena reunificación alemana, de lo contrario Europa se irá empequeñeciendo hasta llegar a la intrascendencia geopolítica a la que se aproxima década a década.

Enviar un mensaje de esperanza en estos tiempos tiene un coste, existen demasiadas evidencias del deterioro del proyecto europeo, de nuestros procedimientos democráticos, de nuestros sistemas de protección social pero qué pensarán los ciudadanos de otras partes del mundo que están convencidos de que el modelo a imitar es el nuestro. Esta es nuestra responsabilidad y nuestro compromiso cívico.