El plan piloto para reducir las quemas agrícolas en las zonas de cultivo más próximas a las masas forestales que crecen en los valles de la Murta y la Casella ha permitido, en los dos últimos años, comprobar que la técnica de la biotrituración gana adeptos y ha llegado a Alzira para quedarse. Y también constata que su grado de aceptación va indisociablemente unido a la rentabilidad de los cultivos. El labrador, tradicionalmente reacio a variar costumbres que arraigan en el campo durante siglos, ha tomado como un incentivo los precios tan competitivos que le ofrecen para reaprovechar los restos de poda y comienza a aceptar que esparcirlos sobre la tierra no solo aporta nutrientes sino que esa capa vegetal le permite también ahorrar riegos al conservar mejor la humedad de la parcela.

El agricultor comienza a apreciar las ventajas de la biotrituración y el concejal de Medio Ambiente, Pep Carreres, respira aliviado al comprobar que su plan, pionero en la comarca, comienza a ofrecer resultados. Y no hay vuelta atrás. Proteger los parques naturales de la Murta y la Casella del fuego es una necesidad cuando está demostrado que muchos incendios forestales tienen su origen en una negligencia provocada por la actividad agraria. Además, las quemas agrícolas están en el punto de mira de la Unión Europea, que presiona a los gobiernos para que desaparezan.

Es cuestión de dinero

El rechazo y la desconfianza que la acción gubernamental genera en el campo alimentó el recelo inicial, pero el tiempo, y sobretodo la economía, han ayudado a vencer la resistencia. La iniciativa cala a poco que la cosecha le proporcione cierta estabilidad económica al productor, muy castigado en los últimos años por la devaluación sufrida en la cotización tanto de la naranja como del caqui. El análisis de lo ocurrido en los dos últimos años es paradigmático: el bajísimo precio pagado en la campaña de 2018-2019 por la fruta encogió a los agricultores, que rechazaron de plano asumir otro gasto. Pero este año, la buena valoración de las naranjas tardías, mayoritarias en ambos valles, ha animado a contratar el servicio de biotrituración. La experiencia gana adeptos.

El minufundismo, muy extendido también en la zona, condiciona todos los planes que surgen para reorientar la agricultura, ya sea para propiciar la concentración de tierras o para promover la reconversión varietal. Ese diseminación de la propiedad ha agravado el abandono de cultivos y obtura el recambio generacional al no percibirse el campo como una salida profesional aceptable para los hijos de unos agricultores que malviven del campo.

Alentados por unas liquidaciones de cosechas más favorables, los dueños de parcelas agrícolas más grandes han querido experimentar este año la biotrituración. En buena medida la propuesta les ha convendido. Se están ofreciendo precios muy competitivos que incluso se sitúan por debajo de las tarifas que reclaman las empresas de poda tradicionales, que priorizan la quema de los troncos y ramas. Es un aliciente. El otro es la aportación de abono natural que «permite mantener más tiempo la humedad de la tierra, con lo que se consigue una nada despreciable reducción del riego», enfatiza el concejal Carreres.

La biotrituración ha sido subvencionada hasta ahora por el Ayuntamiento de Alzira. Hace poco más de una semana el edil y técnicos de su departamento se reunieron con el director general de Prevención de Incendios para solicitarle una prórroga de la ayuda que otorga la Generalitat al plan contra las quemas agrícolas de Alzira. El servicio lo ha prestado hasta ahora un equipo profesional de la cooperativa local, Alzicoop, aunque la concejalía trabaja con la hipótesis de involucrar también al consistorio en esta tarea. El año pasado se adquirió una pequeña máquina trituradora pensada para ser utilizada en las parcelas abancaladas de la Murta y la Casella más próximas a la montaña. El objetivo es lograr un precio asequible. Es la economía.