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confinados en la crispación

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El confinamiento general de la población española ya hace semanas que acabó pero estamos viviendo uno nuevo, enmarcado en las redes sociales y con la crispación como protagonista. El Estado de Alarma que se decretó en marzo nos obligó a mirar el mundo (además de redescubrir el balcón) por el teléfono móvil y ahí empezó una dinámica que llevó a mucha gente a la crítica fácil, al comentario ofensivo y al insulto desmedido. Pero este 'confinamiento digital' no acabó cuando pudimos volver a salir a la calle y hoy las redes sociales son, en muchos casos, un territorio inaguantable. Las aportaciones constructivas quedan sepultadas por miles de comentarios que sólo buscan ofender, denunciar nimiedades mientras se eluden problemas serios, reafirmar que sólo nos importa lo que nos toca al bolsillo y ratificar que el individualismo ha llegado para quedarse, llevándose por delante toda la solidaridad que parecimos vislumbrar durante los primeros días de marzo pero que se evaporó después como el agua de mayo. Y sinceramente, qué pena pensar en esta situación y no ser autocríticos.

Si se difunde una noticia sobre el reasfaltado de unas calles, el comentario que se prioriza es «¿y cuándo la mía?»; si se publica una información sobre ayudas a las capas más necesitadas de la sociedad, hay que aguantar comentarios de «¿y yo que estoy tan mal por qué no tengo nada?»; si se lanzan mensajes a favor de la igualdad de las personas LGTBI, siguen los comentarios de «¿y cuándo llegará el día de los heterosexuales?» (que, por cierto, y para ignorancia de muchos, se celebra el día 29 de junio). Los expertos ya lo dicen: la libertad de expresión no es hablar de lo que a uno le da la gana a pesar de que no tenga conocimientos sobre el tema.

Es más, es un bien muy preciado que nos ha dado la sociedad democrática como para maltratarlo de esta manera. Tampoco es una patente de corso para exponer mensajes de odio, para escenificar el racismo, la homofobia, y el individualismo desmedido de nuestra sociedad moderna. Porque no lo obviemos, muchos de los comentarios vienen empoderados por el crecimiento de fuerzas políticas populistas que han provocado que muchos crean que pueden lanzarse a la caza de migrantes, homosexuales o mujeres sin consecuencias. Pero no sólo eso.

También están los mensajes con menos carga política que se lanzan a las redes sociales simplemente para «desahogarse», sin que aporten prácticamente (por ser generosos) nada a la sociedad más que confrontación y odio. Muchos de los que más critican no han hecho nunca nada para mejorar sus entornos, para ayudar a que la vida sea mejor en nuestros pueblos, para paliar la pobreza o para ayudar al vecino. Pero son expertos en la acidez. Son expertos en el «no». Ya lo decía el gran presidente norteamericano J.F. Kennedy: «No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país».

Mucho hay que trabajar en educación en esta sociedad. También a nivel digital, donde nuestra identidad se define cada día. Algunos han decidido que todo vale en Internet y piensan que la crispación no se revolverá contra ellos mismos más adelante. Pedir la pacificación es reclamar confianza en la buena voluntad de la ciudadanía, también de la clase política. Para mejorar el ambiente es necesario una desescalada no ya de las críticas (que son constructivas en muchas ocasiones) sino del insulto simplificador y de la oposición ventajista. Seamos capaces de pensar en positivo, y dejemos de lado aquel negativismo que tanto evocaba aquel mítico entrenador holandés, «siempre negativo, nunca positivo».

Más empatía, más contexto y más confianza.

Nuestro mundo será indudablemente digital. Cuidémoslo.

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