Tribuna
Tengamos la fiesta en paz

Tengamos la fiesta en paz / Rubén Sebastián
Rubén Sebastián
Dijo la vicepresidenta del Consell, Mónica Oltra, la pasada semana, que aquel que plantease la necesidad de salvar la Semana Santa se merecía un «calbot». Evidentemente, ese comentario incendió al instante las redes sociales, que cargaron de forma inmisericorde contra la política de Compromís. Es fácil, demasiado, acribillar a nuestros dirigentes en esta situación, sobre todo bajo el paraguas de internet, en el que prácticamente todo vale. ¿La gestión de la pandemia es mejorable en muchos aspectos? Seguramente sí y a toro pasado la crítica la puede hacer hasta un niño de cinco años. Sobre esta cuestión se podrán escribir incluso libros, pero es algo que deberá hacer alguien con conocimientos científicos.
Pero dejemos de lado ese odio exacerbado hacia el rival que algunos han sacado a pasear más que nunca en un escenario que, sinceramente, dudo mucho que ni un solo político (del color que sea) quisiera torear. Aquí estamos hablando de vidas humanas. Desde aquí lanzo una campaña: Salvemos a mis abuelos. Que también pueden ser los tuyos. O tus padres. Impidamos, a toda costa, que esta enfermedad se cobre más vidas.
Porque aún recolectamos los frutos de aquella euforia que sembramos en diciembre. Había que salvar la Navidad, como si se tratase de una película infantil en la que un despiadado villano planea secuestrar al mismísimo Santa Claus. No se podía tolerar. No puedo decir que he perdido la cuenta de las personas que han perdido la vida en las últimas semanas porque informo de ellas prácticamente a diario, pero sí me entran escalofríos al pensar en la cantidad de familias que han pasado juntas sus últimas navidades porque, en una comida o una cena, alguien que no lo sabía llevaba consigo el bicho. Y a partir de ahí se extendió de tal forma que resultaba casi imposible frenar la cadena de contagios.
Los más cínicos se atreven a decir que, en muchos casos, se trataba de gente mayor a la que tampoco le quedaba mucho por vivir. Cualquier segundo (día, mes o año) de vida que haya arrebatado la Covid debería importar. Como bien dijo en estas mismas páginas la abogada Mercedes Arocas, estamos hablando de personas, no de números.
Pero a quien quiera hablar solo de cifras que las observe atentamente. Tras el cierre de los bares, los contagios han caído. ¿Quiere decir esto que eran los culpables? No, ni mucho menos. Pero el mensaje que en dicha decisión subyace sí ha calado. Tener estos establecimientos abiertos se traduce, erróneamente, como un «todo vale». Libertinaje desmedido. Al bajar su persiana, quizás haya hecho click en la mente de más de una persona y de dos que, finalmente, haya entendido que la gente se muere y que es un milagro que el hospital no implosione. Bueno, el milagro es que todavía a día de hoy el sanitario de turno tenga fuerzas y energías suficientes como para acudir a su lugar de trabajo. Mil gracias por no tirar la toalla.
Poco a poco, recuperaremos otra vez esa falsa normalidad. Se realizará un nuevo ejercicio de equilibrismo en el que pondremos una balanza salud y economía, porque siempre ha ido de esto. Satisfacer por completo al tejido productivo supondría poner en riesgo la vida de miles de personas y salvaguardar del todo a éstas equivaldría llevar a la ruina y la misera a muchas otras; cuando paradójicamente no se entienden la una sin la otra.
Por supuesto que las consecuencias de una pandemia son terribles. Todos conocemos a alguien cuyo pan depende de la hostelería, la cultura o el ocio y que no levanta cabeza. Pero no culpemos de ello al político que toma las decisiones que debe. Echa pestes sobre aquel amigo que sabes que ha montado una fiesta en su casa para veinte personas. O sobre el que prepara un domingo un paella, en su chalé, para otros tantos. A fin de cuentas, todos somos responsables de que el virus de las narices se expanda.
Solo pido que, al menos hasta que la gran mayoría de la población esté vacunada, nadie me hable de salvar otra fiesta que estará, año tras año, en el calendario. Prefiero que salvéis a mis abuelos. Y a los vuestros.
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