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Una mujer de 88 años de Carcaixent se queda sin vacunar durante semanas

Recibió su dosis el viernes tras quejarse la familia

Fachada principal del Centro de Salud de Carcaixent. | VICENT M. PASTOR

La pandemia ha desbordado la capacidad del sistema sanitario. Y ha elevado la tensión social hasta extremos desconocidos durante décadas. La amenaza que representa el virus ha exacerbado los ánimos porque ha disparado el estrés profesional en muchos sectores y ha acrecentado el miedo al contagio entre unos ciudadanos temerosos por las elevadas cifras de fallecidos que se registran en el mundo. En estas condiciones, no es extraño cometer errores. Resulta fácil comprender tanto el estrés profesional que se ha instalado en muchos sectores esenciales como la indignación que sienten los ciudadanos cuando se retrasa la vacunación,considerada la única vía de escape. Le ha ocurrido a una familia de Carcaixent que ha tenido que esperar semanas para que su madre, de 88 años, pudiera recibir su dosis inyectable. La llamaron para preguntar si estaba dispuesta a inocularse y su hija respondió que estaba preparada para el recibir el pinchazo. Todo parecía dispuesto pero por alguna razón desconocida nadie la convocó después. No fijaron día ni hora para que acudiera al centro de salud mientras las llamadas de sus descendientes caían en saco roto.

La Conselleria de Sanitat comenzó a vacunar a los octogenarios durante la última semana de febrero pero la mujer de Carcaixent «entró en una especie de limbo», según narran sus hijos, y nadie se ocupó de ella durante semanas. Mientras toda su generación pasaba por el Centro de Salud para cumplir con el ritual, ella seguía a la espera. Vive sola y es muy resignada. Pertenece a una generación habituada al sacrificio. «Está acostumbrada a aguantarse. Mi padre era agricultor y, como tantas familias que viven de la tierra, siempre afrontaban la pérdida de cosechas provocada por el frío, una riada, el pedrisco o cualquier otro fenómeno metereológico esperando a que el año siguiente fueran mejor las cosas». Ella trataba de calmar a sus hijos y restaba importancia a la espera. «Ya me llamarán», repetía para quitarle hierro al asunto.

Sus tres hijos, sin embargo, prefirieron no tener tanta paciencia. La hija llamó al Centro de Salud para interesarse por el retrado y primero le dijeron que los listados que organizaban el orden de la vacunación eran competencia de la Conselleria de Sanitat y que, por tanto ellos no podían hacer nada. «Nos decían que nos esperáramos a que la llamaran, pero el tiempo iba transcurriendo sin ningún avance», asegura el hijo.

Un mal antecedente

En otra ocasión, le dijeron que las reservas de la vacuna que le correspondía, la de Pfizer, se habían agotado, por lo que había que esperar. Llamaron al menos tres veces y no hubo manera de desatascar el conflicto. La preocupación fue en aumento. Un desasosiego que parecía razonable en una familia que ya había sufrido a mediados de enero el zarpazo del coronavirus. Un hermano de la octogenaria falleció durante la tercera ola. Estaba interno en la residencia y pasó las fiestas de Navidad y Fin de Año sin novedad, pero acabó contagiándose y murió al no poder hacer frente a las complicaciones que le surgieron.

Los tres hijos de la mujer aprovecharon después un contacto con un trabajador temporal del Centro de Salud para poner en marcha un plan B. Buscaron al empleado y le pusieron al corriente de la larga espera que estaba sufriendo la anciana. La semana pasada, de manera repentina, llamaron de nuevo a la mujer y le dieron cita para que acudiera al fin a vacunarse. Le acompañó su hija al ambulatorio y se acabaron las angustias. «Ella está ahora contenta, no ha notado ningún efecto secundario, pero ha sido lamentable», resume uno de sus hijos.

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