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El aeródromo de Albalat pierde altura por el cambio de hábitos

«La masificación eliminó la exclusividad elitista que tenía en los años noventa»

El aterrizaje de una avioneta de Albalat, en una imagen de archivo. | XIMO FERRER

«Ha perdido glamur». El responsable del aeródromo de Albalat de la Ribera, Vicente Nogués, encuentra que los nuevos hábitos de ocio han situado el sector de los ultraligeros como una actividad a la baja. Ubica en los años noventa el punto de inicio del declive de esta «pasión de ocio y recro». Con treinta y cinco años en el oficio, muestra desesperanza ante unos vuelos que van a la baja.

«En los ochenta, volar era una cosa muy elitista que normalmente hacían las clases acomodadas. Al masificarse los vuelos, ha perdido el encanto», identifica Nogués. Según explica, tiene mucho que ver el «prestigo social» que generaba dar un paseo aéreo, al margen de los que poseen casi de manera innata «pura afición».

«Al joven de hoy, no le llama la atención este deporte aéreo», lamenta Nogués, y apostilla: «Tienen una gama enorme de variedad en cuanto a opciones de ocio». A esto se le suma que no hay, según Nogués, una «permeabilidad» en el entorno de la gente que verdaderamente es aficionada. «Quien no tiene afición a volar, es imposible que la desarrolle», sostiene y define: «Esta es una afición rara y solitaria. La gente que tiene inquietud por volar, no piensa en el miedo. Lo tiene idealizado».

El aeródromo de Albalat no es una escuela dedicada a expedir carnés de ultraligeros de manera masiva, únicamente dan cursos a los propios clientes que se establecen en sus instalaciones. En estos momentos, Nogués cuantifica en solo «tres o cuatro» los aprendices que acceden a la formación. El número total de lecciones prácticas que necesita un aprendiz depende de la aeronave, pero «en unas 15 horas se puede estar ya en condiciones de pasar la prueba», sostiene Nogués. Conseguir la licencia no requiere un gran esfuerzo.

Para poder pilotar se precisa ser mayor de edad o tener 16 años y un permiso paterno. Antes de hacer el curso y la prueba final, se requiere un examen médico aeronáutico de clase II, con el que se verifica si se está en plenas condiciones psicofísicas, visuales y auditivas. «Un ultraligero es lo más fácil de utilizar, no tiene complicaciones estructurales. Es como ir en moto despacito, como en una carretera comarcal; es muy intuitivo, los movimientos los notas mucho más», detalla.

Sobrevolar la comarca de la Ribera tiene un encanto para muchos. Nogués opina que la gente tiene pocas preferencias a la hora de volar. Ahora bien, existen determinadas zonas vetadas para las avionetas: «Alrededor del aeropuerto de Manises hay unos kilómetros por donde no podemos pasar, tenemos un muro de restricción aeronáutica».

«Respetados» por la covid

Desde el complejo de vuelos de Albalat, reconocen que la pandemia no les ha supuesto un gran parón. Estuvieron, de igual modo que muchos otros sectores, parados durante los meses de confinamiento domiciliario. El impacto redujo un 30% la actividad, según cifra Nogués. «Pudimos sobrevivir sin problemas, en las restricciones nos han respetado. Esta es una práctica a la intemperie, en la que es fácil guardar las distancias y hay ventilación natural. Además, no es una actividad de masas y no hay problemas de aglomeraciones», relata.

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