La noche del 20 de octubre de 1982, Francesc Martínez la pasó pegado a la radio. Tenía 19 años y era universitario de segundo curso. En el piso que compartía con otros estudiantes, un grupo de jóvenes naturales de la Ribera seguían con atención y con muchísima preocupación las trágicas noticias que llegaban desde su comarca. «La recuerdo como la segunda noche de los transistores; la primera fue la del intento del golpe de estado, el 23F», confiesa con mirada introspectiva. 

A la mañana siguiente, no hubo dudas: «Nos fuimos a casa, a ayudar en lo que pudiéramos». Natural de l’Alcúdia, reconoce que su pueblo fue uno de los menos afectados por las inundaciones provocadas por la rotura de la presa del pantano de Tous; pero «no nos importaba, queríamos que el resto de pueblos vieran el respaldo de toda la Ribera». 

Fue en su pueblo natal donde el ejército estableció su campamento base, desde el que se coordinó todo el dispositivo de socorro a la comarca. Unas tareas en las que se involucró todo el entramado local y comarcal: «Las asociaciones y entidades, igual que la gente de otros pueblos, se volcó con los municipios afectados». 

Para combatir al lodo y el fango, la cooperativa de l’Alcúdia convocó a su «ejército» de tractores; el del padre de Francesc era el de mayor tamaño. Así que él no tardó ni un minuto en unirse a su progenitor «para repartir víveres y mantas a los vecinos de los pueblos afectados». Sin embargo, muy pronto dividieron sus caminos: «Al llegar a Carcaixent me pidieron que me quedara a retirar el fango. Necesitaban mucha manos de obra. El barro lo había anegado todo», explica. 

Francesc Martínez visitó la exposición de Levante-EMV. A. PERALES / F BUSTAMANTE

Durante los siguientes cuatro días, pala en mano, se dedicó intensamente a las labores de limpieza «sin preguntar, solo ayudábamos». Tal era la intensidad con la que trabajaban que no recuerda las personas con las que coincidió durante esas frenéticas jornadas de trabajo. Cada noche, regresaba a l’Alcúdia «a dedo, haciendo autoestop. A pesar de todo lo ocurrido, el trasiego de vehículos era constante». Al alba, deshacía el camino de vuelta. 

Al ahondar en sus recuerdos, su mente se detiene siempre en tres imágenes. La primera el color grisáceo del barro, infinito, que hacía imposible distinguir dónde estaba: «Sería incapaz de indicar las calles que limpié. No las recuerdo porque, estuvieras donde estuvieras, el paisaje era muy similar, con las calles repletas de muebles y electrodomésticos. Y el barro, siempre barro». 

La segunda, la pala que lo acompañaba cada jornada, con ella «iba a cuestas» desde que la cogió el primer día del tractor de su padre. Y la última, las botas —«las conocidas ‘katiuskas’»— llenas de barro, aunque ese fue el menor de sus problemas.  

A los tres días, Francesc regresó a su piso universitario a València, donde se reencontró con sus compañeros. Todos tenían vivencias similares. Además de estos testimonios, para la historia han quedado imágenes como las que se pueden contemplar en la exposición por el 150 aniversario de Levante-EMV, en la plaza Major de Alzira hasta este domingo.

 

Intenso debate: los defensores de las inundaciones o de la Pantanada

Francesc Martínez recuerda que, al volver a València, rápidamente se abrió entre ellos un acalorado debate sobre las responsabilidades de la rotura de la presa de Tous. «Era una conversación recurrente. Pasamos hora hablando de ello», cuenta con una media sonrisa. 

Esta polémica se extrapoló al resto de la ciudadanía: «Surgió inmediatamente tras la tragedia, dividiendo a la población —también a nosotros— entre los defensores de la Pantanada o la inundación», reconoce. Los segundos culpaban a del desastre a las inclemencias meteorológicas, a las intensas lluvias; mientras que los primeros creían —como así se demostró después ante la justicia— que las inundaciones fueron «una tragedia artificial, provocada por el ser humano que levantó una instalación que se rompió».

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