Los versos del cantautor Raimon que afirmaban que "al meu país la pluja no sap ploure" bien podrían ser la banda sonora de los vecinos del barrio de las Basses de Alzira. O de Venècia. O l'Alquenència. También de cualquier otra zona de la Ribera susceptible de inundarse en cada episodio de fuertes lluvias (que no son pocas). Mirar al cielo gris, encapotado. Recibir una notificación en el móvil u observar la adversa previsión meteorológica en la televisión. Suspirar con resignación. Las calles no solo se inundan de agua. También de desolación y hartazgo.

Eran alrededor de las cuatro de la madrugada del jueves cuando la intensidad de las precipitaciones despertaba a los inquietos vecinos que ya se habían acostado suspicaces la noche anterior. Las horas pasaban y la tromba de agua persistía. A medida que se acercaba el amanecer, las calles presentaban un inusual tráfico de personas.

Las más mañaneras se ponían manos a la obra para salvar el mobiliario de sus plantas bajas. Eran pasadas las siete cuando un hombre, ataviado con chubasquero y katiuskas, comentaba a una mujer en la calle Naranjo: "He sudado una barbaridad, me voy al bar, que ya me he ganado el café". Otro trago amargo más.

Como él, varias decenas de alzireños que, ante el avance del agua en las calles, ponían a buen recaudo aquellas pertenencias que veían peligrar. "Lo que ha llovido no es ni normal", se escuchaba.

Durante esos momentos, también es perceptible otro tipo de movimiento. El de los vehículos. Da igual tenerlo aparcado en la calle o en un garaje (si es subterráneo el temor y la premura son mayores).

Vehículos estacionados sobre el parque de las Basses. Rubén Sebastián

El éxodo hacia las zonas más elevadas de la ciudad se activa pronto. Estacionar el coche a varias calles de casa, lejos de la mirada protectora que da la cercanía al hogar, es paradójicamente la decisión más segura. Las aceras o el parque también sirven. Hay que vestirse rápido, coger el paraguas, ponerse al volante y encontrar una meseta protectora. Casi forma parte del ADN de los residentes de las zonas más bajas de la capital de la Ribera Alta. Es un proceso que se interioriza.

El vocerío en la calle es otra de las señales de alerta. Un vecino le comenta a otro cuál es la opción que ha elegido esta vez para poner a salvo el coche, porque el destino no siempre es el mismo. Es habitual detallar a un amigo o familiar qué calles son las más inundadas para que los más rezagados no cometan errores. Los centímetros de agua sobre el asfalto determinan la ruta. Y todos conducen con kilos de desolación sobre las espaldas.

Agua que regolfa

"Buenos días, ya estamos otra vez..." era una de las frases más repetidas. Se puede alterar a elección del que la pronuncia la parte que sigue a la coma, pero el sentimiento es el mismo. Entre el hartazgo de revivir otro episodio de inundación en un escenario nada apetecible y la resignación del que es consciente de que nada puede hacer para evitarlo. "Ya sabemos dónde vivimos..." es el lapidario enunciado que suele sellar la conversación.

Los cubos y las fregonas ganan protagonismo. Incluso en lugares inesperados. Un matrimonio sacaba agua de un primer piso de la calle Doctor Fleming. La incredulidad era mayúscula entre quienes escuchan el relato. "Cuando nos hemos despertado, teníamos agua por todas partes. Hemos visto que regolfaba por el desagüe del deslunado. Hemos pensado en taparlo, para evitar que nos inundara la casa, pero ha sido peor porque ha empezado a salir por detrás de la lavadora", comentaban mientras trataban de secar el encharcamiento que también se había formado escaleras abajo, a la entrada de la finca.

"Al menos ha parado de llover antes de que la cosa fuera a peor", era el consuelo de muchos al ver cómo el nivel del agua descendía y los colapsados imbornales cumplían de una vez la función encomendada.

"Ni en cien años nos habrán librado de este problema"

Quien más o quien menos tiene una vivencia similar que contar. Y se suma a otras tantas. Muchas ya. Demasiadas. Mientras se esperan inversiones estatales que pongan fin, o al menos mitiguen, el impacto de cada episodio de lluvia torrencial, los residentes en los barrios inundables de Alzira (y de cualquier pueblo de la Ribera) se preguntan cuándo podrán dormir tranquilos durante una noche tormentosa. "Esto, ni en cien años nos lo habrán solucionado", sentencia un molesto vecino. Pesimismo resignado.