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El Papa Juan Pablo II también visitó el lugar «más desolado»

Más de seis mil personas se congregaron a las puertas del santuario de la Virgen del Lluch

El Papa Juan Pablo II junto al alcalde de Alzira, Francisco Blasco, tras su llegada a la localidad. levante-emv

Apenas habían pasado veinte días desde aquel fatídico 20 de octubre de 1982. Las calles de muchos municipios de la Ribera seguían anegadas de barro, algunas familias intentaban regresar a sus casas para conocer la embergadura de la catástrofe, mientras que otras pretendían recuperar aquellos objetos que afortunadamente no habían sido dañados por el agua. Sin embargo, entre tanta oscuridad, aquel 8 de noviembre llegaba el primer rayo de esperanza a la comarca.

El Papa Juan Pablo II también visitó el lugar «más desolado»

De manera inesperada, el Papa Juan Pablo II había modificado su agenda durante su visita a España para acercarse, en sus palabras, al lugar «más destrozado y desolado». El pontífice quería conocer de primera mano las consecuencias que había provocado la rotura de la presa de Tous. Por eso, no dudó en trasladarse a Alzira para acompañar a los damnificados durante aquellos momentos de angustia. Era la primera vez en la historia que un Papa pisaba el suelo español.

La visita solo duró unos minutos, pero aquella imagen quedó grabada en la retina de los habitantes de la zona. A pesar de las dificultades para llegar al lugar, unas cinco mil personas de varios municipios se congregaron en la Muntanyeta del Salvador, que alberga el santuario de la Virgen del Lluch de Alzira, para recibir al representante eclesiástico.

La elección del lugar no fue fortuita. Se buscaba un espacio grande y seguro para acoger tanto al helicóptero que trasladaba al pontífice como a todos los feligreses y curiosos que quisieran acercarse. Tras la llegada de un primer helicóptero, fue el turno del pontífice, que fue recibido en un improvisado helipuerto en el que se escribieron en blanco las letras «Totus Tous». Fue recibido por el entonces alcalde de la localidad, Francisco Blasco.

Pasaban de las cinco y media de la tarde cuando los asistentes empezaron a vitorear a Juan Pablo II, quien se dirigía a pie hacia la ermita. «Juan Pablo, te quiere todo el mundo» o «Visca el Papa» eran algunas de las frases que se oían entre la multitud. Acto seguido, el pontífice, rodeado de centenares de personas, se dirigió al interior del santuario, donde rezó en silencio durante varios minutos por todas las víctimas de la tragedia. Pocos fueron los afortunados que pudieron acceder al santuario, ya que era necesaria una invitación que no todos pudieron conseguir. Un férreo control impidió que los damnificados entraran al templo. El empresario Luis Suñer y su esposa fueron de los pocos en conseguirlo. El entonces presidente de la cofradía de la Virgen del Lluch, José Palacios, recordó después que un sacerdote le entregó a él dos acreditaciones para que accediera al santuario. No obstante, decidió regalárselas al empresario, ya que había ayudado económicamente a sufragar los gastos de la visita.

Juan Pablo II firmó en el libro de la ermita y en el valioso códice miniado Aureum Opus. Que su rúbrica acabara en esa valiosa obra debió ser una equivocación, ya que la idea era que dejase su firma en el librode oro municipal.

Antes de regresar al helicóptero, no dudó en dirigirse a la población afectada. Al pronunciar los términos «Alzira» y «Carcaixent», los asistentes respondieron con un fuerte aplauso. Por su parte, el arzobispo de València anunció que el óbolo de San Pedro de ese año se destinaría a las personas damnificadas por la pantanada.

La visita fue muy breve, pero los recuerdos de los asistentes perdurarán por mucho tiempo.

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