Llombai: la bronca política que acabó en mordisco

La pelea entre el alcalde y el dueño de un bar ratifica que el fanatismo ideológico acorta más la línea que separa la violencia verbal de la física

El propietario del bar mientras señalaba la muerta de salida al alcalde, José Forés. | LEVANTE-EMV

El propietario del bar mientras señalaba la muerta de salida al alcalde, José Forés. | LEVANTE-EMV / B.Clari. alziraB.C.

B.Clari

El estado permanente de crispación, intolerancia y escarnio que genera el debate político no es gratuito. El clima se vuelve irrespirable y la sociedad empobrece. Pero ya se ha demostrado que apostar por la intransigencia no suele pasar factura en un mundo dominado por las prisas y una desinformación galopante. La inminencia de las citas electorales, un territorio proclive al fanatismo, tampoco ayuda cuando la distancia que separa la bronca de la agresión física se ha vuelto cada vez más ínfima. El último ejemplo se registró hace apenas unos días en Llombai. Un alcalde enfurecido por razones ideológicas no tuvo reparo en pasar de los insultos a las manos para defender su autoridad frente un hostelero, tanto o más enojado que el edil, que le instaba a abandonar el establecimiento. La degradación moral ha llegado tan lejos que tampoco parece importar que la disputa afectara a una mujer que había permanecido ajena al intercambio de ofensas: la esposa del propietario del local fue mordida en la mano cuando se interponía entre los dos gallitos para desactivar la pelea.

El bar Ca Llorens estaba vacío a mediodía. El alcalde, José Forés, y su lugarteniente, José Luis Climent, accedieron al local para cargar energías. Pidieron un café, pero en lugar de distenderse con una charla banal optaron por poner en un aprieto al propietario, al que afearon su resistencia a participar en la financiación de las fiestas. La réplica estuvo a la altura de la afrenta y la conversación entró en la fase pretendida: el exabrupto y el ensañamiento ideológico. Es imposible sortear un encuentro cuando ambos se buscan.

En el primer intercambio de golpes verbales no faltaron las referencias al radicalismo de izquierdas y al denostado fascismo. Tampoco, por supuesto, el condimento que más sabor aporta a las discusiones políticas: Pedro Sánchez. Tan normalizada está la brega que Climent ni se immutaba. Permanecía atento a la pantalla de su móvil hasta que salió al rescate de su compañero de filas, que había saltado como un resorte de su silla para desafiar, cara a cara, a su contrincante y darle varios empujones. Primero trató de separarlos y luego se sumó a la pugna.

El mordisco que sufrió la mujer tuvo más espectadores porque los bramidos son muy persuasivos. El vídeo de la cámara de seguridad debería proyectarse sin mayor demora en las escuelas.

El PP cierra filas con el agresor tras pedir el alcalde disculpas

El cruce de denuncias entre el alcalde de Llombai y el dueño del restaurante Ca Llorens permitirá que un juez defina qué contendiente menospreció más códigos legales. El reproche moral es otra cosa. Depende la arquitectura ética de cada cual y todo invidivuo o colectivo se construye la suya. De lo que no cabe ninguna duda, en cambio, es de la consideración que la pelea protagonizada por José Forés ha merecido al Partido Popular, la formación política en la que milita. Frente al PSPV, que reclamó la dimisión del primer edil «porque quienes ejercen la violencia están inhabilitados para la política», la dirección provincial del PP proclamó su apoyo sin fisuras al presidente del consistorio llombaíno al justificar el intercambio de golpes como una acción de «legítima defensa». Forés ha acabado pidiendo perdón por lo sucedido.