Algemesí, un infierno desolador

Dos vecinos de Algemesí sacan muebles y objetos de su vivienda.

Dos vecinos de Algemesí sacan muebles y objetos de su vivienda. / Saray Fajardo

Saray Fajardo

Saray Fajardo

Acceder a Algemesí es como entrar al infierno. El río Magro hoy transcurre con mucha calma y total normalidad, por lo que es imposible imaginar cómo ha sido el causante de este desastre que afecta a toda la localidad y que no sólo ha comportado múltiples daños materiales, sino que se ha cobrado la vida de tres personas.

La primera imagen que uno se encuentra al entrar a Algemesí sólo es un pequeño ejemplo de la tragedia que llega detrás. Se trata de tres coches cubiertos de barro que erizan la piel a cualquiera que pase por ahí. Tras ellos empieza un reguero de barro que no para de crecer a medida que uno va intentado acceder con mucho cuidado a la localidad para no dificultar el paso de los vecinos y vecinas que intentan volver -si se puede- a la normalidad. Todos están llenos de barro. Sus rostros son desoladores.

El silencio asusta. Sólo se escucha el sonido de las sirenas de los cuerpos y fuerzas de seguridad y los servicios de emergencia, que circulan constantemente por la vía principal, la cual hasta hace unas horas estaba completamente cortada dejando, así, el pueblo incomunicado. Muchos de ellos todavía no han podido hablar con sus familiares, que desesperadamente lanza miles de mensajes en redes sociales con el fin de obtener alguna noticia positiva.

Si ese pequeño trayecto, que sólo dura un par de minutos, es desolador, la imagen que le sigue es dantesca. Tal es la magnitud, que cualquiera preferiría dar media vuelta para no ser testigo de la catástrofe. Caminar por el municipio se convierte en un deporte de riesgo. El barro supera los 30 centímetros de altura fácilmente. Muchos de los afectados tienen que utilizar palos y maderas para poder mantenerse en pie.

La calle Montaña es el epicentro del desastre. El agua recorrió decenas y decenas de metros de esta avenida en pocos minutos arrasando todo lo que encontraba a su paso e inundando viviendas. El agua no sólo se ha llevado sus pertenencias, ha roto muebles y ha inutilizado viviendas, sino que les ha arrancado lo más importante, sus recuerdos. En esos momentos, la solidaridad y la ayuda no entienden de edades. Desde la tarde de ayer, cuando el agua empezó a descender, todos los vecinos y vecinas han salido a las calles para limpiar lo que queda de sus hogares.

Me inunda el pánico y el terror al pensar todo lo que vivieron aquella noche del martes. Todos coinciden en lo mismo: el miedo. Pasaron mucho miedo, un miedo que todavía sigue en su cuerpo. Las marcas de agua siguen presentes en muchas viviendas. En algunos casos, llegó a superar el metro y medio de altura.

Rastrillos, palas, cubos, escobas... Nada es suficiente para eliminar el barro y el agua que a los pocos segundos vuelve a aparecer tanto en la calle como en el interior de las viviendas. Es una faena de hacer y deshacer. "Si esto te parece mucho, sigue caminando y verás", me comenta un vecino. No se equivocaba. Al girar la esquina decenas de coches atascan una calle. Los vecinos tienen que subirse a ellos para poder acceder a la otra parte de la calle. Se ayudan unos a otros porque si algo positivo tienen las catástrofes es que sacan lo mejor de cada persona. No dudan en atenderte ni responder a las preguntas. Dejan de limpiar para recordar aquella noche, que probablemente nunca olvidarán. Esperemos que la sociedad tampoco les olvide a ellos.

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