Agustín Estévez, un vecino con movilidad reducida del barrio del Raval de Algemesí, acudía cada tarde a los entrenamientos de rugby adaptado celebrados en València. Durante sus ratos libres, Estévez aprovechaba también para reunirse con el resto de sus amigos o practicar natación, entre otras actividades de su apretada agenda. Sin embargo, la situación cambió el 29 de octubre. El desbordamiento del río Magro golpeó con fuerza este barrio -uno de los más vulnerables de la Comunitat Valenciana- anegando de lodo y agua todas sus viviendas y provocando desperfectos que, casi tres meses después, siguen sin ser reparados. En su caso, la dana también dañó los diez ascensores del bloque de viviendas en el que reside impidiendo que pueda salir de casa, ya que vive en una quinta planta. 

Este damnificado no ha podido volver a disfrutar de la calle desde que se produjeron las inundaciones en la localidad. Su vida se ha visto reducida a las cuatro paredes de su vivienda. Las tareas de casa, las conversaciones con sus amigos y familiares a través del teléfono, los paseos por las distintas habitaciones de su vivienda, los trámites administrativos para poder acceder a las ayudas o los juegos en el ordenador son las únicas actividades que ha podido realizar durante estos últimos 82 días. La ausencia de un ascensor se ha llevado consigo su libertad. 

La comunidad de vecinos se ha puesto en contacto en varias ocasiones con los técnicos con el fin de que reparen los ascensores que le permitirían recuperar su vida. Sin embargo, Estévez lamenta que todavía no le han dado ninguna solución. «No nos han dado ninguna solución ni nos han dicho una fecha en la que podría estar arreglado», denuncia. Reconoce que la situación es «dramática y desesperante». El afectado bromea que «preferiría estar en la cárcel, ya que allí me relacionaría con otraspersonas. Lo estamos pasando muy mal». 

A pesar de la situación, este vecino agradece la ola de solidaridad por parte del resto de residentes y voluntarios que, desde el primer momento, se han volcado en ayudarle para cubrir las necesidades básicas. «Gracias a ellos puedo comer o tomarme las medicinas», explica. Varios días a la semana, estos se acercan a su vivienda para proporcionarle estos productos. Además, el edificio sigue sin agua, ya que las bombas están en el sótano, que sigue cubierto de lodo. «Es una necesidad básica que tampoco tenemos cubierta. Me puedo duchar o beber porque me traen botellas de agua», denuncia. 

La falta de actividad le está afectando tanto a nivel físico como psicológico. «Está siendo muy duro, sobre todo a nivel emocional, porque hace poco que me mudé a Algemesí, por lo que no conozco a mucha gente», reitera Estévez, que espera poder reunirse pronto con sus compañeros y amigos. 

En su edificio todavía queda barro por retirar, por lo que las tareas de reparación de los diez ascensores se demoran todavía más. Además, no ha recibido las ayudas económicas por parte del Consorcio de Compensación de Seguros. La comunidad de vecinos no descarta aprobar derramas, que podrían alcanzar los 10.000 euros, para revertir la situación. «Estas derramas son imposibles de pagar, por lo que me veré obligado a pedir un préstamo bancario», denuncia el afectado, que también debe costearse el scooter eléctrico que perdió en las inundaciones y que utiliza para desplazarse. 

«Nos sentimos muy ignorados», lamenta el afectado, quien espera poder recuperar esa vida tan ansiada que la riada le arrebató aquel 29 de octubre. «Yo sólo quiero recuperar esa vida social que tenía antes de la dana junto a mis amigos y familiares. Todo eso ahora ha desaparecido y no sé cuándo regresará», concluye.