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Ona, la niña que llegó tras el pitido del ES-Alert

Una pareja de l'Alcúdia relata el contraste entre la alegría por el nacimiento de su primera hija la tarde del 29-O y la desolación que encontró al regresar a casa

Ona, la niña que llegó tras el pitido del ES-Alert

Agustí Perales Iborra

Saray Fajardo

Saray Fajardo

L'Alcúdia

La pequeña Ona Botella gatea por el parque de la Florida, en l'Alcúdia, mientras sus padres, Lourdes Martínez y Pepe Botella, observan con atención cada uno de sus movimientos. Él aparta una piedra del suelo para evitar que su hija tropiece o se haga daño, mientras ella intenta calmar los llantos de Ona. "Está un poco malita. Desde que va a la guardería parece que ha hecho huelga de hambre y de sueño", bromea Pepe mientras la sostiene en brazos. A pesar del cansacio, la pequeña no duda en sonreír cada vez que sus padres le dicen alguna cosa. Los gestos de ambos les delatan. Son padres primerizos, por lo que el miedo y la felicidad se reflejan a partes iguales.

Con apenas un año de vida, la pequeña Ona todavía no es consciente de que llegó en el momento más difícil y oscuro de la sociedad valenciana para aportar un rayo de luz y esperanza en medio del caos y la catástrofe en la que estaban sumidos decenas de municipios. Justo hace un año, Ona no podría haber gateado por ese parque, ya que el desbordamiento del río Magro anegó de lodo y agua gran parte del municipio. En ese punto, el agua superó el metro de altura arrasando con todo a su paso. Pero un año después la estampa es muy distinta. Han pasado 365 días. Probablemente han sido los más difíciles del municipio, pero los más alegres para ellos.

Aquel 29 de octubre Lourdes y Pepe no eran conscientes de la magnitud de la tragedia. Ellos, ajenos a la realidad que les rodeaba, vivían "uno de los momentos más felices de la vida". Sólo habían pasado cuatro o cinco minutos desde que sus móviles habían emitido ese sonido tan extraño, entre pitido y sirena, cuando escucharon por primera vez el llanto de la pequeña. Ona nacía en el Hospital Universitario de la Ribera, donde se produjeron dos partos más, para protagonizar la única noticia positiva de aquella trágica jornada. La vida se abría paso entre el barro y la destrucción. "Cuando sonó la alarma, ya se habían llevado a Lourdes a la sala para practicarle la cesárea. Yo estaba en otro lugar mirando el teléfono y, a los pocos minutos, empezó a sonar el pitido", explica Pepe. Ella también recuerda el temor que vivió al escuchar aquel pitido: "Los médicos estaban a punto de hacerme la cesárea y les sonó el móvil. Me dijeron que no pasaba nada, que era un aviso de Protección Civil, pero me asusté". No es la primera vez que cuentan esta historia. Y tampoco será la última. "La gente se sorprende cuando les decimos el día que nació", indica él.

Lourdes y Pepe ingresaron en el Hospital de la Ribera el lunes 28 de octubre, un día antes del caos. Aquel día no llovía. Ellos habían salido de su casa con una mezcla de ilusión y temor, sentimientos a los que se enfrenta cualquier familia que va a conocer por primera vez a su hija. Nunca hubieran imaginado que aquella imagen que vieron de l'Alcúdia no iba a ser la misma que observarían cuando regresaran cuatro días después. "Ingresamos el lunes porque el parto estaba programado. Ese día ya estábamos allí y no habíamos visto nada", afirma la madre, que añade que "no había ventanas en la habitación y, por lo tanto, no veíamos nada. Sólo escuchábamos la lluvia".

Ona junto a su madre.

Ona junto a su madre. / Perales Iborra

El miércoles 30 de octubre, como muchos de los ciudadanos que no habían vivido en primera persona la riada, pudieron empezar a ser conscientes de la magnitud de la catástrofe. "Piensas que se puede haber salido algún río e inundar algún camino o paso a nivel, pero nada comparable a todo lo que vimos después", indica Pepe.

Ona había nacido sana. Sus padres disfrutaban de sus primeras horas de vida en esa habitación pendientes de todas las imágenes y vídeos que les llegaba del exterior. La falta de comunicación y de vías para desplazarse imposibilitó que sus amigos y familiares pudieran acudir al hospital a conocer a la pequeña. Además, el barro y el agua habían golpeado a la familia de Lourdes en l'Alcúdia. La vivienda de su hermana se había inundado, por lo que era el momento de iniciar las labores de limpieza y retirar los trastos, muebles y enseres inservibles. "Tenía toda la casa llena de barro, el garaje era una pecera. Por suerte, todos estaban bien, pero sabíamos que parte del pueblo se había inundado. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar cuando llegáramos", indica Pepe.

Lourdes, Pepe y Ona iniciaron el camino de regreso a casa ese viernes 1 de noviembre. La estampa durante todo el camino era desoladora. "Todo estaba lleno de barro alrededor, algunas calles estaban cerradas y nosotros necesitábamos acceder al piso", explican ambos. La pareja decidió desplazarse a Càrcer, donde viven los padres de Pepe, para pasar los primeros días. "En l'Alcúdia no había luz ni agua, por lo que decidimos irnos", afirma. A los diez días, regresaron al municipio. "Volvimos cuando volvió el agua", explica.

Las primeras jornadas en la localidad no fueron fáciles. Los muebles llenaban las aceras, las calles todavía estaban repletas de barro y la tristeza sólo se desvanecía al ver a Ona. "Al principio fue complicado. No podíamos ni pasear por las calles ni utilizar el ascensor. La suerte que tuvimos es que l'Alcúdia se recuperó mucho más pronto que otras localidades. Mucha gente lo pasó realmente mal", reivindica.

La pequeña Ona junto a sus padres en l'Alcúdia.

La pequeña Ona junto a sus padres en l'Alcúdia. / Perales Iborra

Ambos se sienten afortunados por haber estado en el hospital el día de la catástrofe. "Si nos pilla aquí, hubiésemos pasado mucho miedo porque nos mostraron vídeos de cómo pasaba el agua y era aterrador. No quiero pensar qué hubiera pasado si estuviéramos aquí", lamenta el padre de Ona. La pequeña observa con atención a sus padres mientras hablan. Con sólo un año de vida es consciente de que hablan de ella. Sin saberlo, su historia ahora es la historia de muchos valencianos que aquel 29 de octubre también volvieron a nacer.

Lourdes también agradece haber estado lejos de l'Alcúdia esa jornada. "Pasamos mucho miedo. Los vecinos nos contaban que hicieron una barricada para salvar los coches del garaje, donde también estaba el mío. Pensaba que lo había perdido, pero tuvimos suerte", insiste. No obstante, no puede dejar de pensar en la situación que vivió su hermana durante esas semanas. "Me sentía muy mal porque quería ayudarles. Mi hermana, mi cuñado y mi padre intentaron sacar todo el agua de casa de mi hermana. Si no lo hacían ellos, nadie lo iba a hacer", denuncia.

Primer encuentro familiar

Lourdes todavía recuerda con emoción el primer encuentro entre Ona y su familia tras la catástrofe. "Los veías cansados y yo me sentía fatal. Mi hermana no quería que fuera", explica. Y, por fin, llegó el momento de reencontrarse. Los padres de la pequeña decidieron acudir a casa de los abuelos maternos. "Mi hermana estaba en su casa. Llamé para decirle que iba a casa de mis padres. Vino corriendo, estaba llena de barro, pero muy contenta", recuerda.

La pequeña Ona junto a Lourdes y Pepe.

La pequeña Ona junto a Lourdes y Pepe. / Perales Iborra

Aquel reencuentro iba a marcar un antes y un después. La visita de Ona, sin saberlo, era el inicio de la reconstrucción, tanto familiar como del municipio. Cada paso de la pequeña representaba un paso más en el largo camino hacia la recuperación. "Ona fue un impulso para mi hermana y para mi madre, que son las personas que peor lo han pasado en la familia. Han visto como su pueblo se llenaba de barro en pocos minutos, por lo que la pequeña es la alegría que les da ese empujón cada día", reconoce Lourdes. Añade: "Ha sido un año lleno de aprendizajes. Estamos destrozados al no poder dormir, pero sonríe y cambia todo".

El 29 de octubre supuso un antes y un después para la sociedad valenciana. Mientras el barro y el agua inundaban decenas de localidades, Ona llegaba como una ola de esperanza. "Siempre pensamos que para nosotros es el día más feliz e inolvidable, pero para otros es el más triste de sus vidas. Su cumpleaños será recordado como una fecha muy señalada por la riada", reconoce Pepe. Ellos quieren que la pequeña también sea consciente de todo lo que sucedió durante aquellas horas. "Cada año se lo recordaremos porque queremos mostrarle esa parte de la historia", afirma.

Ona se ha convertido en un símbolo de la dana, ya que nació el día más trágico de la historia reciente valenciana. Por ello, Levante-EMV le otorgó en esta edición de los premios de la cabecera el Reconocimiento Extraordinario. Ella es la primera pieza de la reconstrucción, tanto material como emocional, y un rayo de esperanza para todos los vecinos y vecinas que buscan resurgir de la catástrofe.

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