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«Las soluciones para el barrio ya llegan tarde»

Comerciantes del distrito de Roís de Corella, en Gandia, ya se resienten por el cierre del hospital comarcal y reclaman a los poderes públicos medidas urgentes y un revulsivo para que la economía del distrito no se hunda

Dos grandes carteles de «Liquidación por cierre» y uno más de «Se alquila» cuelgan del escaparate de Sports Gandia, en la calle Sant Pere, justo en un lateral del viejo hospital Francesc de Borja, en el barrio de Roís de Corella. José Serrano abrió el establecimiento hace dos años, y ya no aguanta más. El negocio no le marchaba bien, prescindió incluso de un trabajador, pero la marcha del hospital ha precipitado su decisión de tirar la toalla. Su intención, si el propietario del local no lo alquila antes, es resistir hasta junio, no más, porque en verano el barrio es un desierto. «Hace unos meses podía vender 200 euros al día, ahora he facturado 100 euros en toda una semana», se lamenta. Con una hija pequeña, José no tiene derecho a prestación por desempleo y ve el futuro negro. ¿Y a partir de ahora, qué? «Me daré de baja como autónomo e iré al mercadillo del sábado o a los rastrillos de Ondara o el Verger a vender el material que me quede», reconoce.

Tan sólo unos metros más adelante, la cafetería Dolç i Salat, otrora llena de gente de paso a la hora del almuerzo, también está a punto de cerrar. Abrió nada menos que en el año 1993. Inma Martínez, su propietaria, ya lo tiene decidido: «Cuando acabe este mes cierro». Tanto los clientes como el consumo han caído «más de la mitad», explica, no sólo esta última semana, que ha sido fatídica, sino desde que el nuevo hospital abrió las consultas externas, a mediados de marzo, en el sector de Sanxo Llop. Inma, que despacha junto con su hija Ainoa, dejará atrás multitud de anécdotas y clientes fieles. Estos son días de despedidas. «Tengo una señora que tiene 93 años y que ha venido todos los días, desde el primero que abrí», señala. «Pasarán muchos años hasta que hagan algo en el edificio», dice, mientras mira resignada la puerta de las antiguas consultas. Así que ya se ha puesto a enviar currículos y a buscar otro trabajo, «pero con la edad que tengo no será fácil», añade.

Inma y José están a punto de cerrar, pero otros ya lo han hecho, como la Librería-Papelería Fayos. El cierre del hospital quizá no haya sido la única razón, pero sí un factor determinante para bajar la persiana. Otros comerciantes del barrio resisten, pero están muy preocupados y coinciden en que las soluciones para el barrio planteadas tanto por el gobierno local como por los diferentes partidos políticos llegan tarde.

La parcela del antiguo hospital está rodeada de floristerías, cafeterías, ortopedias... incluso dos funerarias, muchos de ellos negocios que nacieron al calor del centro sanitario y que ahora ven peligrar su existencia si no hay un revulsivo que actúe como sustituto y motor para la economía del barrio. La mayoría de comerciantes y vecinos está de acuerdo en que al menos una parte del edificio debe seguir teniendo un uso sociosanitario. Pero hasta que llegue ese momento también piden medidas urgentes, como campañas de dinamización comercial o ayudas a los establecimientos.

Jesús Soler regenta la tienda de muebles Dimode, en el paseo Germanies, y además es tesorero de la Associació de Comerciants de Roís de Corella. Aunque no es un negocio directamente relacionado con la actividad del hospital, la menor afluencia de visitantes al barrio también le ha perjudicado. «Antes por lo menos entraba gente, miraban, preguntaban, pero en esta semana apenas hemos atendido», asegura. La situación le inquieta, y de hecho dentro de unos días pondrá en marcha una campaña de publicidad donde anunciará que su negocio se encuentra, eso sí, «junto al antiguo hospital».Comenta que la asociación presentó al ayuntamiento una idea urbanística para la manzana, consistente en un «mercado metropolitano con un edificio emblemático», pero durmió el sueño de los justos en un cajón. «El concurso de ideas también se lo planteamos nosotros al alcalde en 2011, aunque finalmente se convocó en 2014, supongo que por trámites burocráticos».

Por otra parte, Soler hace autocrítica y también recrimina que entre los comerciantes del barrio ha habido mucha dejadez y poca unión. «Ahora que se ha ido el hospital es cuando se dan cuenta de la que se avecina y todos se quejan, pero desde la asociación llevamos por lo menos cinco años avisando de que esto podía pasar». En conclusión, es pesimista: «El barrio tardará mucho en recuperarse de este golpe». Tampoco confía en que en los próximos meses se adopte alguna medida, «porque con la campaña electoral encima, todos los políticos prometen mucho y ya veremos qué hacen luego».

Carlos Mancha regenta la Cafetería Morera, un negocio familiar abierto frente a lo que eran las Urgencias desde hace más de 20 años. Era uno de los lugares preferidos por los sanitarios para almorzar o hacerse un café. Ayer a mediodía la terraza estaba prácticamente vacía. «Toda esta gente ya ha volado». Calcula que desde el martes pasado las ventas en su establecimiento han bajado un 70 %. Carlos vaticina que el edificio acabará siendo un «hospital fantasma», donde, si no se controla bien o se refuerza la vigilancia y la seguridad, «habrán robos y acabarán colándose okupas o indigentes».

Lola Hernández y su marido, Marino Ojeda, regentan una veterana farmacia abierta en el paseo Germanies en el año 1968, antes de que se construyera el ambulatorio que luego se ampliaría en hospital. La ubicación de la botica, más cercana de la avenida República Argentina y frente a un supermercado que del propio hospital ha favorecido que no les afecte mucho el traslado, pero Lola también ha notado, como todos, la bajada de transeúntes. Cree que a las farmacias de la zona les beneficiaría tener un hospital de día o centro de crónicos en el mismo lugar.

Francisco Javier Solves es el titular de uno de los dos quioscos de la ONCE situados en las esquinas del antiguo hospital, concretamente el de la calle Benicanena. Abre desde las 7.30 h hasta las 20.30 horas. «Con el hospital en marcha vendía 180 cupones al día, ahora si vendo 80 ya es un récord», asegura. Apunta que ha caído mucho la compra de boletos, «sobre todo por las mañanas, donde se ha reducido a la mitad». Por las tardes todavía resiste con los vecinos del barrio y gracias a que tiene enfrente un supermercado. Los sábados baja mucho, con una venta de 20 o 30 cupones. «Si no ponen algo nuevo que sustituya al hospital, la ONCE acabará diciéndonos que sobra uno de los dos quioscos», advierte.

María Rosa Berrocal tiene dos floristerías a pocos metros de la puerta principal del viejo hospital. Aunque tiene clientes fijos, una parte sustancial de sus ventas, casi la mitad, eran los familiares o amigos de enfermos ingresados que compraban ramos, plantas o flores sueltas. «Ya no hay alegría por la calle, antes veía desde aquí a los médicos y enfermeras salir a descansar o a tomarse un cafelito, y ahora esto parece un cementerio», se lamenta.

Unas esquinas detrás del viejo hospital, en la avenida de Les Esclaves, también hay comercios de barrio que se resienten, incluso los de toda la vida, como el de Maite Tarrasó, que regenta Divinitis, una tienda de moda femenina. Tarrasó fue, además, presidenta de la asociación de comerciantes desde finales de los noventa hasta que hace unos años le sustituyó Ximo Marco. «Ojalá me equivoque, pero todos vamos a resentirnos, aunque sea por el hecho de que ahora pasea menos gente por la calle».

Es una firme defensora de su barrio. «El pequeño comercio da vida al barrio, no lo podemos perder, cuando los establecimientos cierran o son sustituidos por otros de menor calidad, hay más inseguridad en las calles y las casas pierden valor». Respecto a los futuros usos de la parcela, no vería mal que se instalara una gran superficie comercial, porque cree que un centro de crónicos no sería suficiente. «Ayudaría y serviría a los demás para renovarse y ponerse las pilas, la unión hace la fuerza», argumenta.

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