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los jueves, milagro

el gozo de escribir

Desde el principio de los tiempos, el hombre fue un empedernido devorador de historias. Primero las escuchaba de viva voz; luego, cuando aparecieron los libros, aprendió a leerlas y, al fin, llegó el cine y se convirtió en el más popular contador de historias, incluso para los analfabetos. Mi gran ilusión siempre fue hacer cine, pero me he quedado escribiendo novelas. Y aprovechando que hoy es el Día del Libro les contaré cómo me enfrento a la escritura de una novela.

Nunca hago distinción entre los hechos reales y los de ficción, sueño, magia o inventiva. Pienso que la novela es un totum revolutum donde conviven de la manera más natural lo real y lo imaginario, porque, como decía Plutarco «no existen fronteras entre lo imaginario y lo real. Y quien intenta separar estos dos conceptos, naufraga en la vulgaridad».

Mi propósito es que la novela se convierta en una gran pantalla de cine donde el lector pueda gozar con todos los sentidos logrando ver las imágenes, oír la música y tocar las carnes de los personajes.

No usar la fantasía es vivir en el aburrimiento; es perderse un mundo entero de delicias. Por eso me preocupa la gente que, después de leer mis libros, me pregunta si tal o cual suceso es verídico. Porque ¿qué importa si la princesa murió de un atracón de pasas de Corinto, o si la muerte le sobrevino por el beso de un leproso enamorado?.

Tampoco es necesario que la novela sea «útil» y tenga una moraleja aleccionadora, porque siempre resultará aburrida, pues sólo cuando las historias pierden la utilidad, se convierten en mágicas y sólo en la magia y en el misterio radica el verdadero interés de un relato. Plantearse la escritura de novelas como un método para impartir doctrina y formar conciencia lleva a la antinovela, porque para eso ya están los políticos y la religión intentando siempre adoctrinarnos.

Lo que el lector desea es sumergirse en una historia interesante, que le atraiga desde las primeras páginas y le resulte difícil dejar el libro. De ese modo, el escritor ayuda al lector a evadirse, huir, viajar y salir de la aburrida realidad cotidiana.

Como hijo del cine, todas mis historias las contemplo siempre a través de la cámara. Localizo los exteriores. Construyo los decorados, ambientándolos con el mayor lujo de detalles. Me ocupo de la luz, del vestuario, el guión y dirección de los actores.

El casting de mis personajes lo elijo de entre todos los seres humanos, vivos y difuntos, de los espíritus del bien y del mal y, especialmente, de las personas que he conocido. A ellos les añado todos mis pensamientos secretos e inconfesables que guardo en mi subconsciente y les hago vivir todo tipo de historias manipulándolos con mi escritura.

Escritura a mano, nunca con el dedo en el teclado, sino con mano de amanuense, moviéndose libremente sobre el folio en blanco, llenándolo de tachaduras, números y flechas que me llevan a otros textos añadidos al margen.

Afortunadamente, cuando dicto aquel galimatías y pasa por las manos milagrosas de Rebeca, con la que discuto comas, adjetivos y situaciones, queda todo perfectamente ordenado. Y al momento, tomo aquellas páginas perfectas que salen de la impresora y vuelvo a tachar, corregir y añadir. Y a la semana siguiente, otra vez a dictar, corregir aportando nuevas ideas hasta que, al final, la doy por terminada.

Este es el juego de escribir que llena mis días junto a los personajes de cada novela con los que me encuentro feliz.

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