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tribuna republicana

II república: mujer, escuela y democracia

II república: mujer, escuela y democracia

A quienes han mantenido vivos los sueños y nos los han transmitido.

Este abril se han cumplido 84 años del amanecer de un sueño colectivo con hondas raíces culturales: la II República. Su Constitución instauró un Estado moderno, laico y democrático, heredero del pensamiento progresista del siglo XIX.

Nada sucede de repente. Las bases estaban puestas. La Institución Libre de Enseñanza había formado, desde hacía tres décadas, a las generaciones más brillantes de intelectuales que llevaron a España a una nueva Edad de Plata. Vanguardia y tradición convivían y se enriquecían mutuamente. Pero faltaba también la democratización del saber del que estaba ausente el pueblo. Había que olvidar las azucenas para mancharse de barro, como afirmaba Lorca. Los apóstoles de la nueva era fueron los intelectuales de las Misiones Pedagógicas -Lorca, Cernuda, María Zambrano, Maruja Mallo?- que salieron a los caminos a predicar la buena nueva recogida en el artículo 1º de la Constitución republicana: España es una República democrática de trabajadores de todas clases que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.

Unos años antes, el 8 de marzo de 1910, se había dictado una Real Orden que autorizaba la incorporación de la mujer a la Universidad con todos los derechos. Era entonces consejera de Instrucción Pública Emilia Pardo Bazán, que padeció en carne propia la injusticia. Los rancios académicos de la Lengua la vetaron por ser mujer, libre, culta y, según ellos, de dudosa moralidad.

Hasta ese día, sólo unas pocas mujeres habían osado desafiar la prohibición de estudiar. Eso sí, debían conseguir permiso del Consejo de Ministros. No tenían derecho a matrícula, ni a título. Incluso algunas, como Concepción Arenal, asistían a clase disfrazadas de hombre.

Por las mismas fechas, triunfaba en el teatro Gregorio Martínez Sierra. Las obras que él firmaba las escribía su mujer, María Lejárraga, que fue diputada en Cortes por Granada y apoyó a Clara Campoamor en la defensa del voto femenino. Nunca dijo nada hasta que, viuda y anciana, reclamó frente a la segunda mujer del falso autor, los derechos de su propia obra para sobrevivir.

La II República dio libertad a las mujeres y les reconoció el derecho al voto. Las mujeres obtuvieron la ciudadanía civil y política. Algo que ni Francia ni Italia tenían aún. La II República asumió el reto de elevar el nivel cultural de los españoles y ofreció a los iletrados la oportunidad de aprender para decidir su destino. Porque, en palabras de Clara Campoamor: La única manera de madurar en libertad es caminar dentro de ella. Y eso sí que es revolucionario. Un dique contra el totalitarismo y un antídoto contra la manipulación.

El ideario republicano, que recogía las principales corrientes de innovación pedagógica, se resumía en una escuela pública, laica, unificada y coeducativa de alumnos y alumnas. Por eso se conoce a la II República como «la República de los maestros». Las maestras republicanas, formadas en aulas mixtas por primera vez, hablaron de igualdad en remotas y atrasadas aldeas. Abrieron una ventana a la libertad y cambiaron el negro de la mujer rural por los colores de la libertad y de la esperanza.

Participaron en política, asociaciones y sindicatos. Iban en metro, eran independientes y chocaban con el machismo tradicional de raíz clerical. No necesitaban casarse. No dependían de los hombres. Podían elegir ser madres o vivir su vida. Eran autónomas económicamente. Un modelo de mujer en el primer auge del feminismo. Ellas eran los agentes activos de la regeneración en marcha. Porque eran mayoría en el Magisterio.

Y su legado dibuja el camino que hoy transitamos, y que pretenden arrebatarnos de nuevo los neoconservadores. Luchar por los derechos cívicos, la verdadera democracia, los servicios públicos, la igualdad de todos los seres humanos y el poder humanizador de la cultura puede ser hoy el mejor homenaje a aquellos sueños rotos. Porque me temo que vuelven a estar en peligro.

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