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El robo de metal no tiene límites

Desaparecen decenas de anclajes que soportan las pasarelas de madera en la ruta ambiental del marjal de Xeresa Semanas atrás los cacos serraron pilares de una nave abandonada de Xeraco

El robo de metal no tiene límites

Cada vez se demuestra con más contundencia que robo de objetos metálicos para su comercio en el mercado ilegal no tiene límites. Aunque no sea un producto especialmente valorado, los cacos han descubrimiento en todo tipo de metal un negocio porque, lógicamente, hay alguien que lo compra sin pedir explicaciones.

En la Safor el último ejemplo se ha podido ver en el recorrido ambiental que discurre por la zona del marjal situada en el término municipal de Xeresa. Hace dos años el Ministerio de Medio Ambiente, a través de la Confederación Hidrográfica del Júcar, ejecutó un proyecto complementario al que ya existía en Gandia. Pasarelas y barandillas de madera que, respetando el entorno y acordes con el paisaje, permite acercarse a algunas de las áreas inundadas de esta zona húmeda.

Desde hace semanas se había visto que algunas de las barandillas se «habían caído» y permanecían en el suelo. En realidad, lo sucedido es más grave y menos misterioso. Durante la noche alguien ha acudido a ese lugar y se ha llevado los tornillos y los anclajes metálicos que permiten consolidar toda la estructura.

A poca distancia de allí, en el viejo edificio de la Aduana de Xeraco, hace unas semanas el robo fue aún más sorprendente y atrevido. Los ladrones de hierro serraron algunos pilares de ese viejo y abandonado edificio, lo que provocó que parte de la techumbre se desmoronara.

En el caso del robo de cobre, que se paga a muy buen precio, el atrevimiento es aún mayor. Vecinos de Marxuquera, en Gandia, y del municipio de Potries se quedaron varias ocasiones sin teléfono porque se habían llevado el tendido de este servicio. En numerosos polígonos industriales semiabandonados esa acción ha sido habitual, y los ayuntamientos han optado por no renovarlo hasta que se implanten las industrias y pueda haber vigilancia.

El caso más grave se produjo en Bellreguard, y evidencia el riesgo de este tipo de acciones. Un hombre de nacionalidad marroquí falleció hace dos años al electrocutarse cuando trataba de retirar elementos eléctricos de la abandonada nave de Carpema.

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