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Un cambio de año sin fiesta

Euforia y desdicha en la Nochevieja

Nueve personas sin hogar atendidas en el Centro de Atención Integral por dos voluntarios de Cáritas marcan el contrapunto a una noche de alegría generalizada A las 5.30 de la mañana se presenta en el lugar una patrulla policial con una joven madre y dos bebés echados de casa por su pareja

Euforia y desdicha en la Nochevieja

Antes de que el reloj marque las nueve de la última noche del año, cuando en la plaza del Prado de Gandia los técnicos y trabajadores montan el escenario para que miles de personas disfruten de la fiesta de la Nochevieja, Marcos, un voluntario de Cáritas de Gandia, intenta que esta jornada no sea como cualquier otra. Este cocinero, que tiene el bar Nou Mosquit del Grau de Gandia, ha llevado unas cuantas gambas al Centro de Atención Integral para Personas sin Hogar Sant Francesc de Borja (CAI), donde se alojan nueve personas que, de no existir este lugar, tendrían que vivir y dormir en la calle. Allí le espera Iván, de 35 años, el otro voluntario que ha querido cambiar esta noche aparentemente destinada a la euforia para atender a algunos de los desdichados de este mundo.

Son apenas nueve «sin techo», sin contar los dos voluntarios, los que se sientan, por qué no decirlo, a esta triste cena de Nochevieja. Pese al intento de hacer algo diferente o especial, aquí hay poco que celebrar y a las 21.30 horas todos están en la mesa. Con las gambas se sirve carne condimentada con miel y especias, «un secreto del chef», dice Marcos con gesto sereno. Apenas media hora después casi todos han terminado y algunos se retiran a la habitación, de la que ya no saldrán hasta la mañana siguiente. A las 22 horas las mesas están recogidas.

En este centro gestionado por Cáritas de Gandia están solo una mínima parte de quienes lo han perdido todo. Varios huyen cuando se anuncia que se va a tomar una fotografía de la cena. Nadie quiere contar públicamente la vida que les ha llevado aquí. Justo al lado del edificio, casi sobre el cauce del Serpis, hay quienes aún están peor y duermen al raso o cubiertos con cartón, mantas y ropa vieja. Prácticamente a diario entre 20 y 30 personas comen, se asean, limpian sus viejas ropas o simplemente se refugian del frío en este edificio inaugurado en 2012.

El voluntario Iván, que trabajó como pintor pero ahora está en el paro, tiene dos hijos y lleva siete meses colaborando con Cáritas de Gandia. Esta ha sido su primera Nochevieja en el CAI. «Me gusta. Me encanta ayudar», señala cuando se le pregunta por qué está aquí y no con su familia o sus amigos en una jornada tan señalada. Y añade que «se me cae el alma» de ver a personas tan desamparadas.

Durante la noche Iván expresa que en la mayoría de los casos los voluntarios como él ni siquiera reciben la gratitud de las personas por las que se sacrifican y que, en parte por ello, no son pocos los colaboradores de Cáritas que «no soportan» estar aquí. En algunos casos deben atender a personas conflictivas y no es muy extraño que les visite la policía para buscar entre los transeúntes a quienes han podido cometer alguna falta. «Queremos ganarnos un cachito de cielo», bromea el voluntario, quien no esconde que esperaba de sus compañeros de mesa una actitud algo más «festiva» en una Nochevieja como esta.

Nadie pide las uvas de la suerte

Sobre la mesa de la cocina han quedado los pequeños recipientes de plástico que contienen los 12 granos de las uvas de la suerte. Nadie los pide, pero a medida que se acerca la medianoche los dos voluntarios se unen a las cinco personas que siguen despiertas y, atentos a la pantalla del televisor, cumplen el rito de engullir la fruta. Pese a la insistencia, nadie se atreve a expresar públicamente sus deseos para el nuevo año.

En la explanada ajardinada del acceso al CAI la noche tampoco es normal meteorológicamente. A 14 grados de temperatura se escuchan, sin celebrarse, los fuegos artificiales que seguramente llegan de la plaza del Prado, en donde desde hace varios años unos miles de gandienses disfrutan eufóricamente del tránsito de un año a otro, como si se tratara de iniciar una nueva vida.

En el CAI a las 12 de la noche es muy tarde. Los voluntarios Iván y Marcos pasarán las horas que faltan hasta que salga el sol sin que nadie les reconozca la herocicidad de compartir estos momentos con los invisibles de Gandia. Personas generalmente víctimas de conflictos personales o familiares a quienes, todos los reconocen, es difícil encontrarles una salida que les permita volver a una situación de mínima normalidad social.

Más que dormir, los dos voluntarios tratarán de reposar durante la noche, pero ya anuncian que aquí difícilmente se cumple la normalidad. Así es y a las 5.30 de la madrugada la policía llama a la puerta y pide espacio para una chica joven con dos bebés a los que, según señalan, su pareja ha echado de casa en otra de esas crueldades de la vida que pasan casi del todo desapercibidas. Como no había camas libres, arreglan la sala del televisor para que los nuevos inquilinos se instalen confortablemente en lo que queda de noche. Iván asume este drama como uno más en la larga lista de conflictos personales o familiares que se podrían contar en este lugar: «Aquí no puedes dormirte porque en cualquier momento viene alguien que necesita nuestra ayuda», señala.

Marcos, que unas horas antes cocinó el «cotillón» de gambas y carne, se irá por la mañana porque tiene que trabajar en su bar del Grau, donde hacen comidas de Año Nuevo, pero a las 5 de la tarde volverá al CAI. Ni uno ni otro cobran, ni piden nada a cambio. Ni siquiera esperan del agradecimiento de sus «clientes». Les queda el consuelo de ganar el «cachito de cielo» al que se referían mientras celebraban su triste y particular Nochevieja.

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