Es sorprendente que, a pesar del nuevo escenario parlamentario conocido desde diciembre, los partidos sigan empleando el lenguaje de siempre (el del bipartidismo) como si los tiempos no urgiesen a transformar radicalmente la manera de enunciar y pensar la política. No solo en el aspecto verbal las expresiones trilladas o simplemente huecas siguen a la orden del día; también las estrategias continúan ancladas a fórmulas en las que late la idea de que un electorado acostumbrado a la comida basura difícilmente apreciará las trufas o el caviar, o los matices de un Château Margaux.

Mejor darle, como siempre, vino peleón. Ocurre en todos los planos de la política real: en el temporal, se ha aceptado la cámara lenta y la pedagogía de lo fatídico (que las cosas no pueden ser de otra manera) como uno de sus signos distintivos, lo que le ha permitido al presidente en funciones irse de vacaciones a su pueblo, porque prisa no hay.

En el plano del lenguaje parecía que Podemos había llegado para revolucionar la retórica habitual y durante un tiempo sus dirigentes se refirieron al «sujeto nacional popular», a la «postpolítica» y a la «postdemocracia» o a los «significantes vacíos» y hasta a «la patria» y la «belleza política». Pero la cosa no cuajó y acabaron hablando de «los de arriba» y «los de abajo» y, una vez amortizada la palabra «casta», de la cal viva, siempre más visual. Ahora se han instalado en un letargo teorizante sobre lo que deberían ser parlamentariamente, o si les conviene mutar, porque, claro, prisa no hay.

En el plano de los grandes cambios, la «regeneración» no solo venía envuelta en un lenguaje prometedor de la mano de C'S sino que parecía llamada por la historia. Pero desde esta semana sabemos que la política estatal va a ser, con otra sombra de ojos, la de siempre, y que la corrupción, como concepto detestable, era otro significante vacío, un producto de la vieja tradición de la zanahoria y el papel de fumar. La zanahoria, para fijar un eterno rumbo de optimismo, y el papel de fumar para manejar el sentido de estado. Ahora para C'S las diputaciones ya no son prescindibles, aunque sobren, la corrupción es intolerable, pero admisible según cierta casuística, y Rajoy tan inaceptable como intachable. Todo parece dispuesto para repetir lo que hace un siglo dijo Baroja, aunque por otros motivos, harto de tan sobada palabreja: «Es oír hablar de regeneracionismo y escamarme». Parece que en esto del regeneracionismo, en el fondo, pese a las apariencias, mucha prisa no hay.

Mientras tanto, el demediado socialismo sigue impertérrito como un héroe mutilado, orgulloso de sus heridas, aferrado a negativas maximalistas y a silencios recónditos, solo descifrables desde la fe ciega. La obcecación como alternativa puede que sea una novedad, pero cuando no sirve para nada puede que sea una simpleza. Tampoco importa mucho porque prisa no hay.

No sabemos qué opinan nuestros concejales de lo que, en las altas esferas, deciden sus líderes sobre asuntos presuntamente capitales. Su lenguaje también es el de siempre: el silencio, la prudencia extrema y el respeto al escalafón. La oferta política de las postrimerías veraniegas recuerda, en fin, a aquel anuncio aparecido en la sección de compraventa de cierto periódico nacional: «Se vende reloj, marca X. Corona descascarillada, esfera con manchas, cristal roto. Precisa cambio de correa y revisión, pues atrasa. Excelente estado».