en el número 869 de la Avenida Lexington de Nueva York, se encuentra la iglesia de San Vicente Ferrer. Esa iglesia era frecuentada por Andy Warhol, un católico que revolucionó el arte moderno y fue un icono del pop-art. Cuando murió, en 1987, fue enterrado en el cementerio católico bizantino-ruteno de Bethel Park, en Pensilvania. Junto a su tumba, sus admiradores suelen dejar latas de la sopa de tomate Campbell's, cuya imagen Warhol inmortalizó.

Me acordé de él durante el oficio litúrgico del Viernes Santo, al que asistí en la Iglesia de San Roque, más conocida en Gandia como El Beato. Quizá por asociación de ideas, recordé también el cartel que vi hace meses en la calle 51, junto a la catedral de San Patricio, cerca de la iglesia donde Warhol asistía casi diariamente a misa. El texto del cartel era: «En una ciudad que nunca duerme, todos necesitan un lugar para orar», escrito en mayúsculas sobre el estilizado logotipo de la catedral católica neoyorquina.

Imaginé que horas después, en la Catedral de San Patricio y en la Iglesia de San Vicente Ferrer, al igual que en miles de iglesias de todo el mundo, se rezaría la misma plegaria que rezamos en El Beato durante la liturgia del Viernes Santo, conocida como Oración Universal. En ella los católicos rezan por toda la humanidad: por la Iglesia, por el Papa, por todos los ministros y fieles, por los catecúmenos, por la unión de los cristianos, por el pueblo judío, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes de todas las naciones y por los que se encuentran en alguna tribulación? Todos caben en esa plegaria, repetida durante siglos, que no quiere olvidar a nadie y que a nadie excluye.

Durante la Semana Santa de 1938, en la abadía de Solesmes, la filósofa y escritora Simone Weil se sumó a esa plegaria católica. Ella había sido profesora, sindicalista y miliciana en la Columna Durruti en 1936 y, aunque probablemente no recibió el bautismo, es considerada como una mística cristiana. Durante aquellos días Weil experimentó un giro en su vida, una conversión. Escribió que «el pensamiento de la pasión de Cristo entró en mí de una vez para siempre», y desencadenó lo que describió como un contacto real: «el propio Cristo bajó y me tomó».

Poco tenían que ver entre sí Andy Warhol y Simone Weil. Poco tenemos que ver los que estuvimos el Viernes Santo en El Beato, con los que asistieron a la liturgia desde otros rincones del mundo, desde Jerusalén a Nagasaki o Alepo. Somos muy diferentes, pensamos de formas distintas, vivimos de modos diferentes y tenemos gustos, intereses y sensibilidades dispares, pero coincidimos en algo esencial: la fe en Cristo y en la Iglesia, y la convicción de que la oración es necesaria, aunque con frecuencia seamos poco consecuentes con ello.

Orar con mayor o menor asiduidad, de forma más o menos consciente y con oraciones más profundas o más rutinarias, es algo usual entre los cristianos. Sin embargo, muchos opinan que es una práctica inútil, incluso algunos consideran que es una práctica poco menos que degenerada, coincidiendo con Lenin, para quien «Toda idea religiosa, toda idea de Dios [?] es una abyección indescriptible?».

En el mundo de la posmodernidad que nos ha tocado vivir, un mundo de convicciones frágiles y compromisos precarios, el cristianismo es para muchos algo superfluo que, en el mejor de los casos, se tolera como parte del paisaje. También se somete a la Iglesia y al cristianismo a una especie de linchamiento mediático, con el fin de extirparlo de la sociedad. La fe en Cristo tiene su oscuro reverso en el odio al cristianismo, el odio a la fe, que ha sido una constante en la historia y que hoy sigue presente. Como recordaba el Papa Francisco, «los mártires de hoy son más que aquellos que murieron en los primeros siglos». Es una realidad que ya fue anunciada por Jesucristo: «seréis odiados por causa de mi nombre».

Benedicto XVI decía que «En un mundo en el que se corre el riesgo de confiar solamente en la eficacia y la fuerza de los medios humanos, estamos llamados a descubrir y dar testimonio del valor de la plegaria». Orar es ahondar en nuestra dimensión espiritual, abrirse hacia algo que se sitúa más allá de nosotros mismos?

En una ciudad que nunca duerme, todos necesitan un lugar para orar; todos necesitamos también a alguien que rece por nosotros. Los cristianos, muchos o pocos, mejores o peores, siguen dirigiendo a Dios sus plegarias: te rogamus, audi nos. Rezan por usted y por mí, por los vivos y por los muertos, por los creyentes y no creyentes que están leyendo ahora estas líneas.

Si algún día visitan la tumba de Andy Warhol, no olviden llevar una lata de sopa de tomate Campbell's? y rezar una plegaria por él.