hoy, 16 de junio, los alumnos de la Escola Politècnica Superior de Gandia se gradúan y por vez primera lo harán en un acto conjunto de todas las titulaciones. El teatro Serrano acoge este sábado a la Gandia universitaria.

Aprovecho la ocasión para dirigirme desde esta tribuna pública a todos ellos, pero en especial a quienes han sido mis alumnos, no para darles un «adiós» (siempre tendremos ocasión de tomar algún que otro café) sino con un «hasta siempre, amigos», que quiero hacer público ante la sociedad que ha financiado nuestra relación durante el tiempo que hemos trabajado juntos en la universidad.

Vaya por delante, en primer lugar, mi más cordial y entrañable enhorabuena a todos y cada uno de estos chicos y chicas por el esfuerzo que han realizado para llegar hasta aquí; se lo han ganado a pulso y esto (¿a dónde hemos llegado?) es noticia en este país, que cada vez se va (¿se iba?) pareciendo más al patio de Monipodio. Pero ya les aseguro, y pondría la mano en el fuego, que en la Universidad Politécnica de Valencia no se le regala el título a nadie ni se hacen cosas raras como convalidar asignaturas de grado por las de máster o encubrir los plagios (que es para el investigador lo que la prevaricación para el juez).

Graduarse quiere decir acceder a un grado académico; en este caso haber superado el primer ciclo universitario, que acredita la condición de titulado superior y habilita para desempeñar una profesión. El término «graduación» sustituyó al de «licenciatura» en España tras la implantación del «plan Bolonia». Pero no es un neologismo más ni mera copia de esos actos en los que los estudiantes lanzan sus birretes al aire (lo cual, por cierto, ya no se hace en los Estados Unidos). No; las universidades medievales expedían cuatro títulos de «grado»: bachiller, licenciado, maestro y doctor. Estos términos nos resultan familiares porque han seguido vigentes siglos después, pero su sentido ha cambiado. El doctorado, por ejemplo, sigue siendo hoy el máximo rango académico, pero es de post-grado.

La palabra «grado» viene del latín «gradus», que significa «peldaño», «paso», «escalón» y, por tanto, «puerto», «grao» («grau» en valenciano). La graduación de nuestros alumnos es exactamente eso, un paso muy importante en sus vidas, aunque no decisivo ni determinante. Pero me resulta más sugerente la imagen de puerto. Y no tanto, o no sólo, puerto de llegada sino más bien de partida. Así es como me gustaría que recibieran su graduación estos alumnos y alumnas, que para mí son los más guapos y las más inteligentes. El grado que han ganado es el salvoconducto que la universidad les ha librado para zarpar y emprender ese largo viaje que nos deseaba Kavafis en su Ítaca; un periplo que les lleve a donde quizá ni hayan imaginado, pero que los enriquezca en experiencia, sabiduría y nuevas percepciones. No hablo de aspirar a destinos ignotos (utopías) sino a un tiempo nuevo (ucronía), por el que todos debemos luchar para intentar hacer un mundo mejor, abortando las distopías de los agoreros y trabajando por disminuir las actuales desigualdades en aumento entre pobres y ricos, que es el reto más urgente.

Yo no quiero emprendedores que asuman como fracaso propio las trampas del sistema, sino ciudadanos decididos a caminar, que como ya nos advirtió A. Machado es la única manera de hacer camino. Quien se está quieto no avanza y quien no decide, nunca se equivoca; los problemas tampoco se solucionan lamentándose. Hacen falta caminantes solidarios. Pero no sólo porque todos necesitaremos en algún momento de una mano amiga que nos ayude a levantarnos sino porque o nos salvamos todos o «aquí -como decía Blas de Otero- no se salva ni dios».

Desde luego, no faltarán los obstáculos en el camino y nadie dice que este viaje sea cómodo. La calle no regala nada y normalmente escatima las segundas oportunidades. Los tiempos no son fáciles (¿cuándo lo han sido para quienes se ganan la vida trabajando?), pero no hay que sucumbir a los cantos de sirena que, con aparente inocencia, auguran, por ejemplo, que ésta será la primera generación que vivirá peor que sus padres. No hagáis caso; el futuro no está escrito y los acontecimientos se suceden con tanta rapidez que la sociedad se ha vuelto líquida ( Zygmunt Bauman); los adivinos lo tienen cada vez más difícil, pero esto no desanima a los charlatanes milenaristas.

No cedáis a nadie el protagonismo de vuestra vida, nunca vendáis vuestra dignidad y recordad el consejo que dejó escrito san Francisco de Borja en el Salón de Coronas del palacio ducal para eterna memoria de sus hijos y sucesores: «Sic currite ut comprehendeatis quia non coronabitur nisi qui legitime certaverit» («vivid, luchad sin hacer trampas, convencidos de que sólo triunfará quien sea honrado»). Estoy seguro de que vosotros nos haréis mejores a nosotros. Pero, sea como quiera, nunca perdáis la confianza en vosotros mismos y no os dejéis guiar por la brújula de otros.

Buen viaje, amigos y amigas. Hasta siempre.