en el pleno ordinario del jueves volvieron a dibujarse con nitidez las formas políticas del gobierno y de la oposición: mientras los primeros intentaban explicar su gestión, los segundos producían un ruido parecido a un extractor de humos. Palmer hizo un poco de electoralismo, pero no mintió. El PP es el único partido español que, desde el Parlamento hasta el último ayuntamiento (aunque seguramente habrá excepciones, es decir, gente a punto de pasarse a Cs), se emplea a fondo para reventar cualquier tentativa de debate racional. No ocurre nada parecido en ningún país de Europa, y ese fenómeno sociológico debe de estar estudiándose ya en alguna universidad alemana. No es que los representantes políticos del PP mientan ocasionalmente por razones estratégicas o retóricas. No es que, cuando les aprietan las tuercas, se salgan por la tangente: eso seguiría siendo humano. Lo que hace el PP con su lenguaje político es otra cosa: lo adhiere a las instituciones, dejándolas en un estado parecido al de los antros que se encontraba Alberto Chicote en Pesadilla en la cocina.

En el debate previo a la votación (y aprobación) de los presupuestos emergió Barber, el cocinero económico del PP, rebozado de grasa dialéctica para impugnar la limpieza como concepto general. Sucedía lo mismo en el programa de Chicote, atestado de tipos estrafalarios a la defensiva. Uno veía las cocinas y ya no quería ver los baños. Durante tres años Barber no ha hecho otra cosa más que reivindicar la cocina del PP, sus crueles recetas gastronómicas y las costras de mugre acumuladas aquí y allá como emblemas de su sabiduría culinaria y ejemplo de negocio boyante. El cocinero del PP siempre parece a punto decir, anticipándose a cualquier reparo profiláctico: «si ya sé que limpio no está, pero yo es que hago cocina de autor».

Cierto: es autor de tres presupuestos ilegales y responsable directo de los 140 millones de deuda dejados por el gobierno anterior. Por eso, porque, entre fogones, no hay que jugar con fuego, le cayó encima la del pulpo, una bronca, a lo Chicote, de José Manuel Prieto, que tiene la manía, incomprensible en la cocina del PP, de la limpieza, la transparencia y la eficacia. Mientras el portavoz socialista le sometía a un severo correctivo de collejas dialécticas, Barber, instalado en un mundo psíquico de guisos caros, absurdos y chorreantes, parecía canturrear interiormente la vieja copla de Antonio Molina: «Cocinero, cocinero, aprovecha la ocasión/ que el futuro es muy oscuro/ que el futuro es muy oscuro/ ayyyyy, trabajando en el carbón». Sobre esa famosa copla no menos célebre que el refranero de Rajoy se ha cocinado, durante los últimos tres años, toda la lógica argumentativa del PP local.

Si Barber es el cocinero en llamas de la bancada popular y Vicent Gregori el pinche risueño y voluntarioso, el maître del negocio es Soler, cuya función consiste en presentar los comistrajos de sus subordinados como platos excelsos. Eso no se lo traga ya nadie, pero Soler siempre suelta las palabritas adecuadas para no quedar estéticamente por debajo de sus trajes cuando le piden la hoja de reclamaciones, que es siempre. Lleva años jurando a la clientela que el gato es conejo, sin pestañear. Eso también debe de estar estudiándose en Alemania, o en varios departamentos del MIT. Un estudio que, por cierto, aún no ha iniciado la inspectora de la franquicia, doña Isabel Bonig.

Otra intervención brillante de la noche fue la de Picornell, (cuya voz de narrador templada en mil retransmisiones le otorga un plus de credibilidad), a propósito del PATIVEL y la preservación del entorno de l'Auir. Era un asunto espinoso, e instintivamente uno se ponía en la piel de los propietarios, pero muy sencillo si se piensa en el panorama distópico que ambiental y paisajísticamente estamos a punto de dejar a las generaciones futuras. La obligación ética de preservar espacios naturales no es ya opinable (salvo para los que estén pensando en cómo alicatar hasta el aire) y se recoge en la «Declaración sobre las responsabilidades de las generaciones actuales para con las generaciones futuras» de la UNESCO. Pero esos contratos con el porvenir, que obligan a actuar desde el presente, a los cocineros del PP les parecen una cosa de «pijiprogres», como dijo el maître Soler, antes de intentar rebañar un puñado de votos entre los propietarios de l'Auir que asistieron al pleno. Soler seguía argumentando a partir de la idea del gato y el conejo como seres idénticos, derivada, de un lado, de la ya citada copla de Antonio Molina: «Cocinero, cocinero, aprovecha la ocasión», y de otro de la proverbial sentencia «Virgencita, virgencita, que me quede como estoy».

En el pleno pasaron más cosas, y si quieren verlo en su literalidad (algo no recomendable para espíritus melancólicos), está en youtube. Aquí no hemos pretendido ser literales, sino metafóricos, simbólicos, y defender la cocina política sana. ¿Por qué lo que nos entra por los oídos ha de ser menos saludable que lo que nos entra por la boca? El día que la derecha española entienda algo tan simple entraremos en la Guía Michelin de las democracias ilustres.