convencidos como estamos que la política no es solo un espacio público donde el debate es necesario, sino una proyección cívica de un modelo de valores compartidos que hacen mejor un espacio de felicidad posible, convendría recordar la idea del añorado Pedro Zerolo cuando reclamaba para la izquierda convertirse en «fuerzas políticas de la certeza». No es cualquier cosa, una certeza, entre la zozobra de este tiempo y lo fácil que ha resultado denigrar el debate público, degradar la proyección del espacio de todos y congelar los derechos que, desde él, nos pertenecen.

Si hace años construimos en Gandia la más extensa y la más potente red de Escuelas infantiles no solo era -que también„para extender la proyección de una ciudad educadora capaz de abrazar en su red de protección a los niños desde su enseñanza en la corta edad, sino para garantizar la universalización de la educación infantil y poder garantizar que todas las madres y todos los padres tendrían la posibilidad de disfrutar de un sistema público, aun con una renta baja o un trabajo precario. Estábamos y estamos convencidos de que nada iguala tanto como universalizar la educación cuando más esencial es: en el aprendizaje primero, en el más tierno descubrimiento del mundo.

Pero hubo que soportar una gestión privada de la red de Escoletes que la sacó de ese espacio público y consintió someterla al primer principio líquido de los tiempos del dios Dinero: el del margen de negocio de las empresas en el ámbito educativo. Una gestión privada que empobreció el modelo, mercantilizó los cobros a los padres, profundizó en la proyección de un modelo cercano al de la escuela privada y se olvidó de lo importante: la educación no consiste en dictar «hazlo así», sino en sorprender y fascinar en el aprendizaje continuo de la vida a través del «hazlo conmigo». Había que dar certezas y no tuvimos fácil poderlas dar: un contrato que agotó todas sus prórrogas, un Plan de Ajuste que impedía revertir la gestión de privado a público, un concurso que solventaba esa circunstancia pero que encadenaba un primer adjudicatario sin la solvencia necesaria y sucesivos licitadores renunciando a su oportunidad de gestión, cobros indebidos de las empresas buscando más su dinero y margen de beneficio que la comprensión de los padres y la estimulación de sus alumnos?

Afortunadamente siempre dimos la cara y siempre estuvimos convencidos de dar lo mejor de nuestra capacidad de trabajo para poder cambiar esa situación sin traumas y sin experimentos, sin margen al negocio o al hastío. Hemos trabajado mucho tiempo y muchas horas para hacer posible, ahora sí, la reversión a público de la red de Escoletes, que siempre fue de titularidad municipal y que nunca fue tan necesaria como ahora. Era posible porque la Generalitat ha hecho realidad la promesa electoral de convertir en gratuito el tramo 2-3 años, y porque nuestra situación -mejor que hace tres años„nos concede un Ayuntamiento con capacidad financiera y músculo para absorber todo el personal sin tener que despedir a nadie, y toda la red para invertir 200.000 euros en mejoras de infraestructuras y poderla abrir el próximo curso con un modelo pedagógico potente, renovado y a disposición de todos quienes quieren descubrir con nosotros el espacio público de felicidad y esfuerzo compartido de que se les había privado.

La reversión del modelo privado me ha costado una denuncia penal de la empresa que explotó el servicio largo tiempo, y contra la que procedimos para que liquidara y abonara al Ayuntamiento 64.000 euros en cobros indebidos a los padres. Una denuncia penal que pretendía abonar otra sombra para la duda sobre nuestra capacidad de obrar y de trabajar, que buscaba seguir ganando dinero a costa del sistema (desde cuándo la educación genera otro beneficio que no sea el de la rentabilidad social), que me intentaba coaccionar con la intención de convertir en adjudicatario al licitador denunciante, que tenía la adjudicación del PP anulada por la Justicia, y que solo consiguió lo evidente: obligarme a apartarme del proceso de contratación. De todas las piedras nos hemos levantado, porque ni nos achantamos ni nos arrugamos en la convicción de la mejora colectiva de los ciudadanos a los que nos debemos. Aunque, como comparsa, hayamos aguantado a la oposición del PP llamándonos algo así como inútiles y «chapuzas». Pero chapuza solo fue comunicar los despidos ilegales a las educadoras de les Escoletes públicas a través de la Policía, de noche, en cada casa; chapuza solo fue pagar la limpieza de les Escoletes que correspondía a la empresa ganadora sin poder hacerlo, cambiando las reglas de juego de la licitación privada; chapuza fue decir que sería beneficioso hasta económicamente privatizarlas y ocultar que cada año nos costaran más de 200.000 euros (coste cero, claro) del dinero de los gandienses; chapuza fue consentir la degradación de las instalaciones y los cobros indebidos, actuar como si la titularidad pública solo fuese un maquillaje de la absoluta permisividad al espacio privativo de lo mercantil. Pero ni me arrugo ni me achanto. Haciendo caso a Pedro Zerolo. Y a todos quienes, alguna vez, soñaron con el don de la sonrisa y la oportunidad de un espacio público que piense en la felicidad de ciudadanos acostumbrados a no demasiadas alegrías. Y así hacer verdad otra certeza: «lo decisivo para actuar en política es la pasión moral» que aún nos mueve.